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Si los niños dejan de jugar en el campo, dejarán de molestarse por protegerlo

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Una frase, que con algunas modificaciones se asocia a distintas figuras de la divulgación de la ciencia y la conservación de la naturaleza, reza algo parecido a “para proteger algo hay que quererlo, y para quererlo, hay que conocerlo”. El problema que hay con la naturaleza es que cada vez se conoce menos, y por lo tanto se la quiere menos. Y se lucha menos por protegerla.

Hace unos días un conocido diario británico se hacía eco de unos datos curiosos. Según el National Trust – equivalente a lo que en España sería Patrimonio Nacional, pero que allí incluye también áreas protegidas y Parques Nacionales – el tiempo que pasan los niños del Reino Unido en contacto con la naturaleza ha disminuido un 90% en los últimos cuarenta años.

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Y esto no tendría mayor importancia. Salvo que pensemos, por ejemplo, en la situación ambiental de ese mismo país. Ha perdido gran parte de su biodiversidad, el número de aves ha caído en picado – quedan únicamente un tercio de los gorriones que había hace 30 años, y las palomas prácticamente han desaparecido.

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Pero nadie sale a la calle. No hay grandes manifestaciones, ni acciones de protesta. Al menos, no en grandes números. Estamos hablando del Reino Unido, tal vez la cultura más naturalista del mundo. Un lugar en el que, hasta hace no mucho tiempo, las guías para reconocer mariposas se vendían por cientos de miles cada año, y donde coleccionar insectos era una práctica habitual.

También un lugar donde cada vez se pasa menos tiempo en contacto con el medio ambiente. Los padres, especialmente a partir de finales de los setenta, empezaron a “cogerle miedo” a dejar que sus hijos saliesen al parque.

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Bueno, parques no. Porque en el Reino Unido era habituales los commons, masas forestales y praderas propiedad de los ayuntamientos, donde niños de todas clases se juntaban a jugar.

Hoy en día los preadolescentes británicos, los niños de entre 11 y 15 años, pasan la mitad del tiempo que están despiertos frente a una pantalla. En Estados Unidos, en un periodo de seis años – entre 1997 y 2003 – los niños que practicaban actividades al aire libre se redujo hasta sumar apenas un 10% de la población infantil.

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Y si fuese únicamente la conservación de la naturaleza la que se viese afectada, el problema ya sería muy serio. Pero distintos estudios – por ejemplo, este de la Universidad de Illinois – demuestran que los niños que juegan en la naturaleza sufren menos problemas de déficit de atención. Sin entrar en que ayuda a mejorar la creatividad, a adaptarse a situaciones cambiantes y a respetar el entorno y a los demás.

En definitiva, si queremos que a nuestros nietos les quede un planeta que disfrutar, tal vez la solución pase por llevar a nuestros hijos a dar un paseo por la montaña, por la dehesa, por las dunas o por el ecosistema que tengamos más cerca.