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Poder enterrar a Bruno (y que no termine incinerado con los restos de una apendicitis)

Laura perdió el hijo que esperaba cuando estaba embarazada de cinco meses y medio. Tuvo que parirlo. El bebé murió en el útero y la única manera de sacarlo de ahí era que Laura pasara por un parto. El mismo día que te dicen que tu hijo ha muerto te enchufan a una vía de oxitocina y te provocan contracciones artificiales para que lo expulses de tu cuerpo.

Parir a un muerto.

El bebé de Laura –se llamaba Bruno, se iba a llamar Bruno- acabó en un cubo de la basura. No uno de esos que tenemos en casa, sino en el mismo cubo de la basura en el que terminan todos los restos quirúrgicos del hospital. Así que Bruno –lo que quedaba de lo que hubiera sido Bruno- terminó mezclado con otros residuos del centro sanitario e incinerado como material tóxico.

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No pudieron despedirse de él, ni enterrarlo.

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Bruno no era Bruno, sino un resto quirúrgico. Un deshecho. Un residuo.
Laura y su dolor y el de su marido se resignaron. Pero otra madre no, Nerea Mendicute no se resignó tras perder a su bebé a las 22 semanas de gestación, y tras una lucha de 2 años ha conseguido que el Tribunal Constitucional establezca el derecho de las familias a enterrar los fetos de los bebés que han perdido. Hasta ahora, los padres sólo podían recuperar el cuerpo de sus hijos si el feto pesaba más de 500 gramos o la gestación superaba los 180 días.

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Ahora, el Constitucional dictamina que “el derecho de enterramiento de todos los fetos está contenido en el derecho a la intimidad familiar”.

Y quizá así, ese dolor -imposible de sentir si no se ha vivido- se alivie un poco. Quizá así, el desgarro de perder a hijos tan deseados corra con las lágrimas en una pequeña urna funeraria.