La temida cuadrilla de bandoleros ‘los siete niños de Écija’
Es muy frecuente asociar la palabra bandolero con la idea de salteadores de caminos que hacían de las suyas en la zona de Sierra Morena y somos muchos a los que nos viene a la cabeza la imagen del mítico personaje de televisión Curro Jiménez, quien encarnaba todas las bondades, y evidentemente maldades, de estos populares forajidos.
Aunque el bandolerismo en España puede situar su origen hacia finales del siglo XIV, y éstos han campado a lo largo y ancho de toda la geografía española, bien es sabido que la época de mayor esplendor y actividad de esas bandas rurales se encuentra durante las dos primeras décadas del siglo XIX, siendo el principal de sus objetivos los intereses franceses en Andalucía durante el periodo de la España napoleónica.
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Pero en un principio muchos de ellos no eran simples asalta caminos, sino que la mayoría pertenecían a guerrillas patrióticas que luchaban contra los galos, con la intención de expulsarlos del país. Una vez finalizada la Guerra de la Independencia, y restaurada la monarquía absolutista de Fernando VII, un gran número de integrantes de esas cuadrillas quedaron proscritos y perseguidos por la ley, convirtiéndose en temidos bandoleros que, entonces sí, se centraron en robar y asaltar a todo aquel que transitaba por los montes y caminos.
Una de las bandas más famosas fue la bautizada como ‘los siete niños de Écija’ y la peculiaridad que tenían estos bandoleros es que no se trataba en realidad de niños, como es de suponer, aunque sí que la mayoría de los integrantes se unieron a esta cuadrilla siendo relativamente jóvenes.
Se movían por los alrededores de la población de Écija y durante sus años de actividad llegaron a controlar por completo todo el tránsito de la carretera principal que unía Sevilla con Córdoba.
A la hora de asaltar o atacar un objetivo siempre lo hacían siete miembros de la banda, aunque en realidad el grupo estaba compuesto por muchos más integrantes. Cada vez que alguno de ellos era detenido, herido o moría, otro bandolero lo suplía, por lo que siempre había siete componentes.
No todos los integrantes eran antiguos miembros de las guerrillas patrióticas, sino que la banda era una amalgama de personajes cuyos orígenes y motivos por los que estaban allí eran muy diversos, aunque la mayoría terminaban uniéndose tras haber cometido algún delito de sangre.
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Uno de sus componentes más conocidos fue José Ulloa ‘Tragabuches’, un famoso torero en su época que tuvo que refugiarse en los montes al huir de las autoridades tras asesinar a su compañera sentimental y al amante de esta.
Otro peculiar bandolero fue Fray Antonio de Legama, un sacerdote que se unió a la guerrilla contra los franceses y que tras la marcha decidió continuar su vida como forajido, convirtiéndose en uno de sus miembros más activos.
La nobleza también tuvo un destacado representante entre los bandoleros: Francisco Huertas, miembro de una aristocrática familia que decidió echarse al monte y unirse a una partida de forajidos. Algunas fuentes señalan que, a pesar de haber nacido en Écija, Francisco Huertas no perteneció a la banda de los siete niños. Una peculiaridad sobre este ‘noble’ bandolero es que, tras ser ejecutado, a su entierro acudieron los más insignes hombres e importantes autoridades de la época.
Múltiples son las crónicas que hablan de un personaje llamado ‘Juan Palomo’ y que lo sitúan como uno de los cabecillas de la temida cuadrilla de bandoleros ‘los siete niños de Écija’. Alrededor del mismo han nacido docenas de leyendas e historias orales, por lo que no se sabe a ciencia cierta qué cosas son verdad y cuáles forman parte del mito en todo lo que tiene relación con él. Entre lo mucho que se ha escrito, hay quien asegura que la famosa expresión ‘Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como’ nació a raíz de este bandolero y de su particular egoísmo a la hora de querer repartir parte de los botines.
Todo parece indicar que el final de los siete niños de Écija como cuadrilla de bandoleros se produjo en el año 1818, en el que tras una importante abatida pudieron dar con casi todos los miembros, fueron juzgados y los ajusticiaron (la mayoría murieron en el garrote vil). Tras el duro golpe al núcleo central de la banda, el resto de componentes que pudieron salvar sus vidas huyeron hacia otros puntos y continuaron sus actividades en otras cuadrillas, quedando disuelta definitivamente la de ‘los siete niños de Écija’.
Muchísimo se ha escrito sobre estos peculiares personajes que se hicieron inmensamente famosos en la cultura popular. Múltiples son las coplillas que se cantaban en las que se relataban las aventuras de los siete niños de Écija, entre ellas una famosa canción ‘Coplas de los siete niños’ que popularizó Concha Piquer y que años más tardes se hizo todavía más famosa en la versión de Encarnita Polo y su ‘Paco, Paco, Paco’.
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