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La cifra de fallecidos por el terremoto en Nepal supera ya las 7.000 personas.

Amanece en la capital nepalí ocho días después del terremoto. A simple vista parece retormarse poco a poco el pulso en las calles, en los comercios, pero resulta imposible abstraerse de la realidad que está a la vuelta de la esquina, con edificios parcialmente destruidos por la cadena de seísmos, -unas 600.000 viviendas afectadas y contabilizadas hasta ahora en todo el país, según la ONU-. Algunos de estos bloques están a punto de ceder en su estructura, mientras en otros, ya reducidos a escombros, prosiguen las labores de los equipos de emergencias en busca de las miles de víctimas que continúan desaparecidas. El último balance oficial sobrepasa ya las siete mil muertes confirmadas. A unos pasos de esas montañas de cascotes se detienen los autobuses que reflejan otra realidad. La del éxodo de quienes lo han perdido prácticamente todo en Katmandú. Según fuentes militares, el 75 por ciento de los 12 mil refugiados que había a principios de esta semana en los campamentos de la capital están regresando a sus aldeas de origen. Tanto para los que se van como para los que se quedan, atendidos por psicólogos y curanderos, les espera una llegada con cuenta gotas hasta el momento de la ayuda internacional, acumulada en su mayoría en el aeropuerto a la espera de salida. Mientras todo esto ocurre y se sigue abriendo paso la vida entre el caos flotan dos nuevas preocupaciones: la inminente época de lluvias monzónicas y el brote de algunas enfermedades infecciosas.