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¿Y si es la última vez que veo a mis padres?

¿Y si es la última vez?

¿Y si esta despedida es la última?

A veces pienso eso cuando le digo adiós a mi madre. Cuando me deja en el aeropuerto de Barcelona, o cuando la dejo yo en la estación de Atocha me da una punzada el corazón.

¿Y si ya no nos vemos más?

Siempre me quedo mirándola hasta que desaparece por la rampa de bajada hacia el control del AVE. Hasta el último segundo. A veces me pita estridentemente un conductor que quiere aparcar en el lugar que ocupa mi coche. Ya ni me giro. Que busque otro sitio.

Quiero verla todo lo que pueda.

Y nadie tiene derecho a robarme ese último instante.

Con el nuevo estado de alarma, los que tenemos a la familia en otra comunidades autónomas vamos, seguramente, a pasar seis meses sin ver a nuestras familias. Y con la angustia de no saber si volveremos a poder abrazar a nuestros mayores.

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Ni siquiera en Navidad.

Ni desde el quicio de la puerta.

Ni saludando a la acera de enfrente.

Porque son mayores. Y si ya teníamos miedo siempre, en cada despedida, ahora más. Y, mientras tanto, también estarán solos. Mi madre estará sola, en su piso. Mi padre estará solo. En el suyo. Escondiéndose del virus y luchando contra la angustia de la soledad.

Seis meses sin ellos, con la esperanza de que sea sólo una coma, no un punto y final.