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Negociaciones con el FMI: Argentina está condenada a un acuerdo, aunque sea mediocre

Nada nuevo hay bajo el sol. Menos del que está en el centro de nuestra querida bandera celeste y blanca. La deuda es tan vieja como el reconocimiento de nuestra independencia.

De hecho, fue el 1 de julio de 1824 cuando, mediante el famoso préstamo de la Baring Brothers, Londres reconoció implícitamente nuestra condición de país soberano. Arrancamos así nuestra vida en libertad: hipotecados.

El destino del crédito cambió de obras a armas (se destinó en buena medida a financiar la guerra con el entonces imperio del Brasil) y rápidamente los conflictos civiles condujeron al cese de pagos en 1828. Llevó varias décadas la cancelación definitiva del empréstito. Después de muchas idas y vueltas se terminó de pagar en 1904. Hubo en ese lapso muchos otros problemas financieros; otros acreedores y otras recetas.

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En 1874 Nicolás Avellaneda se lució en su convicción a favor del ajuste. Claro que esa palabra no se usaba entonces. Pero el presidente fue al hueso directo y optó por pagar la deuda externa "aún con el hambre y la sed de los argentinos". Redujo el gasto público a su mínima expresión y evitó el incumplimiento.

Pasado el mal trago, el país volvió al mercado de crédito, que en esa época era casi exclusivamente inglés. Tanto pidió que el propio Sarmiento hablaría con sarcasmo de "la gran deudora del Sud". Hubo otra gran crisis en 1890 que se llevó puesto a Juárez Celman (no había helicópteros entonces, pero lo volaron de la Casa Rosada con los medios de la época) y asumió el vice, Carlos Pellegrini.

El "gringo" se mandó otro ajuste machazo con renegociación externa incluida, y el progreso siguió su marcha. Sólo once años después - durante la segunda presidencia de Roca- le tocó de nuevo a Pellegrini, en el rol de senador nacional, la defensa de un proyecto del Poder Ejecutivo para unificar los muchos títulos de deuda existentes en un solo instrumento que se garantizaría con las rentas de la Aduana.

Era el año 1901 y, la famosa generación del 80 ya no podía hacer lo que quería. Radicales, socialistas y hasta un sector de los mismos conservadores se movilizaron protestando por lo que consideraban un acuerdo lesivo para los intereses nacionales. Roca consultó a Bartolomé Mitre, una suerte de oráculo en la época, quien citando a Mirabeau le dijo: "cuando todos están equivocados, todos tienen razón", una manera sutil y elegante de sugerirle que olvidara su iniciativa y dejara las cosas como estaban.

Pellegrini quedó colgado del pincel, se distanció del Presidente para siempre y, según muchos historiadores, comenzó con ese divorcio político el fin de una época. Saltemos ahora sin escalas hasta las urgencias de nuestro presente. Dejemos a Nicolás Avellaneda y a Pellegrini sabiendo que no son los próceres favoritos de CFK, pero si de un sector de Juntos por el Cambio y, sin dudas, de los libertarios.

Nos quedamos con el pragmatismo de Don Bartolo y damos vuelta su consigna para adaptarla a nuestra coyuntura. Porque en esta coyuntura, donde da la impresión que todos tienen razón, quizás todos puedan, también, estar equivocados. Tiene razón el gobierno cuando plantea que el FMI le dio un préstamo político a Macri sin respetar las normas internas técnicas del organismo y hoy pretende aplicar el reglamento con todos los puntos y comas.

Pero se equivoca cuando evalúa la relevancia del caso argentino para cambiar las reglas internacionales. Tiene razón el Fondo cuando plantea que el programa económico vigente tiene inconsistencias que lo hacen muy débil, pero se equivoca cuando se desentiende de las consecuencias que tuvo su parcialidad en el 2018. Tienen razón las voces de la oposición que plantean la necesidad de reducir el déficit y la emisión, pero se equivocan cuando predican como novedosas las recetas mas gastadas de los ajustes ortodoxos.

Sin embargo, resulta indispensable señalar que la asimetría entre las partes (FMI-Argentina) es tan grande que los errores nuestros los pagamos nosotros…y los de ellos también. ¿Y entonces? ¿Qué hacer? En principio, reconocer la necesidad de seguir avanzando. Si llegamos hasta aquí con la estrategia de Guzmán, es decir pagando las cuotas al Fondo rigurosamente, jugar con la idea de dejar de abonar es un contrasentido. Demasiado tarde para gritar vale cuatro. Todos conocen las cartas del gobierno.

Ahora estamos condenados al acuerdo. A algún tipo de acuerdo. Aunque sea mediocre. Como en el truco, a veces cerrar una mano de 2x1 es negocio, aunque se pierda un punto. Todavía estamos en las malas. La estrategia oficial posible pasa mas por comprometer a la oposición en el juego hurgando en las contradicciones de Juntos por el Cambio que procurar cambiar las reglas financieras globales.

Sin desconocer las controversias internas que le genera al Frente de Todos aceptar los monitoreos trimestrales y reducir el déficit a mayor velocidad nada supera el daño que ocasionaría una corrida cambiaria con tan pocas espaldas. Hoy la épica pasa por reparar, no por romper. Quizás algunos estrategas se apuran a sacar conclusiones sobre el impacto del acuerdo en el 2023. La sociedad recién está empezando el 2022.