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El negocio de los alimentos artificiales que cambiará el mundo

Jaime Quirós – Siempre hemos visto en las películas futuristas cosas que, a medida que pasan los años, son justamente menos futuristas. Replicantes, viajes interplanetarios, coches voladores. Hubo un tiempo en que parecía que harían falta miles años hasta que pudiesen convertirse en realidad, y hoy nos damos cuenta de que, posiblemente, es cuestión sólo de varias décadas más. Tantos inventos futuristas espectaculares a veces eclipsan un ámbito en el que las empresas también están invirtiendo para modernizarlo. De hecho, es uno de los pocos reductos bastante tradicionales que aún hoy está bastante inmaculado: la alimentación.

La novedad es que se están comenzando a utilizar tecnologías de vanguardia para crear alimentos que derribarán a las potentes industrias cárnicas y lácteas. El alcance es enorme: cultivando carne en los laboratorios, produciendo “huevos” revueltos y cremosos a partir de legumbres y setas, haciendo pescado que jamás se ha dado un chapuzón en el agua, o fabricando leche de vaca elaborada a partir de levadura. Ahora sí, la historia se va pareciendo a Blade Runner.

[También de interés: El hombre que se ha propuesto cambiar el mundo ya tiene plan para conseguirlo].

Una mujer trabaja en un laboratorio de biotecnología en Singapur. REUTERS/Edgar Su
Una mujer trabaja en un laboratorio de biotecnología en Singapur. REUTERS/Edgar Su

El objetivo teórico es disminuir el colosal daño ambiental provocado por la agricultura industrial, desde sus enormes emisiones de carbono hasta la contaminación del agua y las enfermedades. Desde luego es un objetivo muy interesante y necesario. Y hacia este objetivo se han lanzado una gran cantidad de nuevas empresas que han visto un negocio redondo en este nuevo nicho de mercado.

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El producto más famoso que ya se comercializa es una hamburguesa proteica totalmente vegetal que tiene un extraño parecido con la carne. Ya se sirve en más de 1.000 restaurantes en los Estados Unidos a unos 15 dólares la pieza. El ingrediente especial es una hemoproteína que se encuentra en las raíces de las plantas de soja. Y la clave es la forma en que se produce: las nuevas compañías de tecnología de alimentos están aprovechando las técnicas desarrolladas para usos biomédicos en alimentación y consiguen que muchas personas no sean capaces de distinguir los alimentos “reales” de los “artificiales”. Otra técnica similar de fermentación de levadura está siendo utilizada por otras compañías para producir proteínas de huevo y leche que son idénticas a las originales, pero sin pollos o vacas reales.

Como dato escalofriante, decir que hoy en día 1.000.000.000.000 de huevos se come cada año en todo el mundo. Sí, un billón (o trillón en nomenclatura anglosajona) con todos esos ceros. Hay más pollos que personas, muchos confinados y sin ver la luz del día.

Y ya que las empresas se ponen a salvar el planeta, ¿por qué no salvarlo del todo? Además de no aniquilar millones de animales para su consumo como comida, también pueden salvarse millones para otros usos, como maquillaje o tejidos de “cuero”. Ya se crían microbios que producen sustancias para reemplazar los productos animales de gelatina y colágeno. E incluso insulina vegetal para diabéticos, que normalmente se tenía que obtener del páncreas de los cerdos.

Una absoluta revolución. Pero para que toda esta revolución se institucionalice en las sociedades, la clave que ofrecen las empresas es que tiene que saber muy bien. Si te ganas el paladar del humano, es muy probable que esté dispuesto a renunciar a un filete de vaca sacrificada por uno artificial porque le gusta incluso más y encima sabe que es acorde con una conciencia medioambiental.

Todo cambio al principio puede suponer un shock psicológico para las personas. Es cierto que cualquiera puede sentirse reacio a “convertirse” en consumidor de la llamada “carne limpia”. Es incluso lógico. No nos hemos criado con esos valores culturales y alimenticios y siempre se ha valorado “lo auténtico”. Pero “lo auténtico” nos lo estamos cargando poco a poco. Quizá esta sea la auténtica solución para la supervivencia de la naturaleza. Del ser humano. Y de todas esas cosas auténticas.

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