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Esa peligrosa terapia del privilegio, de sentirse con derecho a todo, cuando eres popular en redes sociales

Selfie de Cristina Segui durante su almuerzo en el restaurante de Valencia.
Selfie de Cristina Segui durante su almuerzo en el restaurante de Valencia. (Cristina Segui/Twitter)

Algunos dicen que la periodista, Cristina Segui, se ha inventado una mala reseña dirigida a un restaurante por haberse negado a mostrar su pasaporte Covid en la entrada. Ella, en cambio, insiste en que mientras comía en la terraza del establecimiento - como otras tantas veces - encontró un pelo rizado en su plato de gambas al ajillo y que sus cubiertos estaban manchados “con costra de comida de clientes anteriores”. Por poner en contexto antes de entrar al trapo, aquí va la cronología y las distintas versiones sobre lo que ha ocurrido durante el puente de la Constitución.

Reseña de Segui: “Pésimo servicio. Pelos en las gambas y cubiertos con costras de comida de clientes anteriores. Pasa de largo”.

Contestación del establecimiento: “Hola, no solemos responder a los comentarios, pero en esta ocasión nos debemos a ello por tus calumnias. Porque te hayamos pedido el pasaporte Covid y tú por tu negación, no podemos permitirlo. Debido a ello, te invitamos a quitar dicho comentario o deberemos presentar acciones legales”.

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Explicación de Segui:

GUÍA | Los pasos que tienes que seguir para poder ver un vídeo de Twitter no disponible por tus preferencias de privacidad

Expuestos los hechos de este drama con una estructura muy propia del típico conflicto tuitero del siglo XXI (abro hilo, despotrico, lucho por la libertad de los demás sin dejar de mirarme el ombligo, me dan ‘pal’ pelo, me gusta, sigo y sigo, cierro hilo) y después de bombear la ira borreguil en redes sociales y a base de titulares con verdades incompletas, es hora de desgranar una tendencia muy propia de nuestra era: la terapia del privilegio, la del sentirse con derecho a todo, sobre todo cuando hay una masa detrás que apoya y desapoya (el sentido de los comentarios dan igual mientras éstos existan). Todo por y para la validación propia.

Sin entrar mucho en el tema estrella que defiende a diario Segui: la inconstitucionalidad y el punto segregador del pasaporte Covid, y su lucha de bruces contra el sistema que lo ampara y sus ejecutores (dícese de los camareros de un establecimiento con obligaciones y con la responsabilidad de cumplir para no perder negocio) lo cierto es que la periodista ha sacado matrícula de honor en esto de sentirse con la verdad moral y usarla a su antojo por encima de cualquier otra cosa.

No es un hecho demostrado el que hubiera un pelo rizado en las gambas o no, en cualquier caso, teniendo en cuenta que nueve de cada 10 ciudadanos se han topado con un vello ajeno disperso alguna vez, las probabilidades de que Segui diga la verdad y de que el restaurante se ruborice son factibles. Sin embargo, el fondo de la cuestión es otro: ¿hubiera dejado Segui una reseña con pelos y señales de no habérsele reclamado el pasaporte Covid? ¿Exageró un asunto tan mundano como un pelillo y un cubierto manchado para hacer pagar al restaurante el haberle pedido el pasaporte de vacunación contra el que ella hace campaña?

Si la respuesta es sí, estamos ante una participante más de la terapia del privilegio, esa que sirve para purificar sus argumentos (ideológicos, morales…) mientras se jode a los demás; a cualquier precio. Es una especie de análisis interior en voz alta que sirve para validar sus posturas ante aquellos que le siguen, estén o no de acuerdo con lo que dice, sin pensar en cómo esas perspectivas -y acciones- pueden dañar a otros y mientras usa técnicas chabacanas para subir pisando a los demás.

La Comunidad Valenciana ha implantado el pasaporte Covid en los establecimientos. (Getty Images)
La Comunidad Valenciana ha implantado el pasaporte Covid en los establecimientos. (Getty Images) (Europa Press News via Getty Images)

Como las raciones, las mentiras son medias o enteras. Las enteras suelen salir más caras, como el batacazo que se dieron las Devermut este verano, dos influencers que dirigen una exitosa cuenta de Instagram con alrededor de 750.000 seguidores. Las chiquillas denunciaron en sus redes sociales que habían sido expulsadas de un establecimiento nocturno en Conil, Cádiz, por “bolleras” y que fueron acosadas por varios hombres. Mentira. Los responsables del club gaditano no tardaron en desmentir a través de un comunicado la acusación y dejaron claro que las razones de su desalojo fueron bien distintas. Si estas jóvenes utilizaron el argumento de la homofobia para esta ración entera, Segui ha usado otro con tintes escatológicos como venganza. Su mentira a medias, o su verdad exagerada, hubiera sido papel mojado de haber dejado una reseña enfocada en que le pidieron el pasaporte Covid para entrar en el restaurante.

Lo de criticar a quien está por encima del bien y del mal desde un pedestal en el que se juzga sobre lo que es correcto o no se ha convertido en algo muy habitual, tanto que es una de las plagas de nuestro tiempo. El respaldo de decenas de miles de seguidores contribuye a la creación de dioses de carne y hueso que con su teléfono inteligente suben o bajan el pulgar. En este caso la ira ha ido dirigida a un restaurante, su lucha contra el sistema se ha lidiado en uno de los últimos eslabones de la cadena. Luchar contra la discriminación a los no vacunados mientras se desprestigia en público a un negocio, a sus trabajadores y a sus creadores es una de las contradicciones más propias del momento. Formar parte de la cultura de la cancelación que otras veces se critica es perder el norte y dejarse a lo largo del camino los argumentarios y la credibilidad.

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