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Cuando Fernando VII decretó ejecutar con el ‘garrote vil’ por cuestiones humanitarias

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El doctor Joseph-Ignace Guillotin (médico y diputado de la Asambrea Nacional francesa) ideó en 1789 un artefacto, que terminó siendo bautizado con su apellido, y cuyo objetivo servía para cortar la cabeza a los condenados a muerte de una manera rápida y ahorrando el máximo sufrimiento al ejecutado. A partir de aquel momento la guillotina se convirtió en el instrumento oficial para realizar todas las ejecuciones en Francia (y media docena de países europeos que también la adoptaron) y estuvo en vigencia durante dos siglos.

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En España, a pesar de ese carácter humanitario que presentaba el artilugio del doctor Guillotin, se siguió utilizando la horca como método oficial de ejecución y fueron poquísimas las ocasiones en las que le quitó la vida a alguien mediante la guillotina, la cual no fue del agrado de los gobernantes.

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Con la aprobación del Código Penal de 1822 (aprobada por las Cortes el 8 de junio de ese mismo año) se recuperaba y ponía en vigor un antiquísimo método de ejecución (ya utilizado por romanos y en el medievo) que consistía en tener al reo apresado con un collar de hierro y a través de un tornillo trasero (más adelante un punzón) que iba girando y chocaba contra las cervicales, provocándole la rotura del cuello y la muerte por estrangulamiento. Su nombre era ‘garrote’.

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Durante la siguiente década hubo grandes discusiones sobre qué método era más rápido, eficaz y, sobre todo, humanitario con el ejecutado, y durante esos años se compaginaron la ejecuciones mediante horca o garrote, dejando la elección en manos del juez que dictaba la sentencia (incluso hubo algún caso en el que fue el propio verdugo quien elegía cómo quería acabar con la vida del condenado, según su habilidad).

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Pero todo cambió el 24 de abril de 1932, cuando el rey Fernando VII decretaba que la horca quedaba abolida a partir de aquel preciso instante como método de ejecución a los condenados con la pena de muerte y que a partir de aquella fecha se ejecutase única y exclusivamente mediante el garrote.

La razón por la que anunció esa medida no era otro que el deseo del rey de contentar y obsequiar a su joven esposa, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, con motivo de su 26 cumpleaños que se celebraría tres días después de dicho anuncio:

‘Deseando conciliar el último e inevitable rigor de la justicia con la humanidad y la decencia en la ejecución de la pena capital, y que el suplicio en que los reos expían sus delitos no les irrogue infamia cuando por ellos no la mereciesen, he querido señalar con este beneficio la gran memoria del feliz cumpleaños de la Reina mi muy amada esposa, y vengo a abolir para siempre en todos mis dominios la pena de muerte por horca; mandando que adelante se ejecute en garrote ordinario la que se imponga a personas de estado llano; en garrote vil la que castigue delitos infamantes sin distinción de clase; y que subsista, según las leyes vigentes, el garrote noble para los que correspondan a la de hijosdalgo.’

Posiblemente os llame la atención las diferenciación que hacía el monarca entre garrote noble, ordinario y vil según el reo condenado a ser ejecutado y estos métodos no solo se diferenciaban por la forma en que iban a morir cada uno de ellos sino también en la manera en la que serían llevados hasta el cadalso en el que se llevaría a cabo (los hijosdalgo a caballo con montura, las personas de estado llano en caballo sin ensillar o mula y quienes cometían delitos infames a pie o incluso a rastras). También se diferenciaba si los llevaban y ejecutaban con el rostro descubierto o tapado con una capucha y si su pelo había sido rapado al cero o no. Toda una liturgia de elementos y formas de llevar y ejecutar al condenado según fuese su estatus o la gravedad del crimen cometido.

No se sabe a ciencia cierta por qué, pero a lo largo de los años el nombre que perduró y con el que ha sido generalizado y comúnmente conocido ese método de ejecución fue como ‘garrote vil’.

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