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El covid es un gran golpe para la energía limpia: M. O’Sullivan

(Bloomberg) -- Para la mayoría de las personas, no había nada que celebrar cuando el Fondo Monetario Internacional redujo su perspectiva de crecimiento económico mundial en junio, anticipando una contracción de 4,9% para 2020. Sin embargo, para otros, como el pequeño pero persistente grupo de economistas y otros conocidos como el “movimiento de decrecimiento”, la desaceleración económica inducida por el covid-19 tiene un lado positivo.

Una carta abierta firmada por más de 1.000 partidarios de este movimiento insta a “tratar desesperadamente que la máquina de crecimiento destructivo no vuelva a funcionar” a raíz del virus y, en cambio, se apoye la oportunidad de reestructurar la sociedad, incluida la eliminación gradual de la producción de combustibles fósiles “tan rápido como sea posible”.

No obstante, si la historia sirve de guía, los decrecientistas se sentirán decepcionados. La mayoría de la evidencia sugiere que un período prolongado de crecimiento lento, como el que probablemente enfrentará ahora el mundo, será más perjudicial que útil para avanzar en la transición global hacia formas alternativas de energía.

Por ejemplo, la Agencia Internacional de la Energía proyecta que las emisiones globales de carbono se reducirán 8% en 2020, lo que llevará al nivel de emisiones más bajo desde 2010. En muchos aspectos, esto parece apoyar la premisa básica de que una disminución de la actividad económica puede proporcionar beneficios ecológicos.

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Mirado de otra manera, esta proyección debería ser más un motivo de tristeza que de celebración entre los ambientalistas. Si un coma inducido de gran parte de la economía mundial durante meses solo produce una disminución de las emisiones de 8%, parece haber pocas posibilidades de que el mundo disminuya las emisiones en un 7,6% cada año hasta 2030, que es lo que el informe de la brecha de emisiones del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente de noviembre pasado determinó que era necesario para mantener el aumento de la temperatura global en 1,5 grados centígrados.

Incluso sin estos informes y cifras, parece imprudente esperar que el lento crecimiento económico pueda ayudar a lograr una transición energética más rápida. Hay más razones para creer que un período de contracción o bajo crecimiento impedirá la transición en lugar de ayudarla.

Una mirada a las transiciones energéticas pasadas —el tiempo desde el cual una fuente de energía es dominante hasta el momento en que otra toma su lugar— sugiere que el alto crecimiento económico (y la alta demanda de energía) es más propicio para una transición que un bajo crecimiento, particularmente si se depende principalmente de las fuerzas del mercado para impulsar la transición.

La historia aquí puede ser instructiva, si no definitiva. Solo ha habido unas pocas transiciones de energía, y se han producido en diferentes momentos y velocidades en diferentes países. Sin embargo, un vistazo a estas transiciones energéticas pasadas respalda la noción de que generalmente tienen lugar durante períodos de alto crecimiento económico y creciente demanda de energía.

Tomemos, por ejemplo, el período desde el final de la Guerra Civil de Estados Unidos hasta 1900, durante el cual EE.UU. emergió como una verdadera potencia industrial. El fuerte crecimiento de esa época, que significó una duplicación del producto nacional bruto per cápita, fue impulsado por el rápido cambio tecnológico, los flujos de inmigración, la urbanización y otros cambios socioeconómicos. El creciente dominio del carbón sobre la madera se vio facilitado tanto por este crecimiento, ya que las sociedades exigían más energía, como por un factor contribuyente, dada la importancia del carbón para la producción industrial temprana.

La siguiente transición energética, del carbón al petróleo, revela de manera similar un caso de alto crecimiento y alta demanda de energía que ocurre cuando un combustible supera al otro. En EE.UU., la participación del petróleo en la mezcla de combustibles comenzó a aumentar a expensas de la participación del carbón en las primeras décadas de 1900, cuando el crecimiento económico fue sólido. Entre 1900 y 1929, el ingreso per cápita de EE.UU. aumentó 168%.

Hubo un breve receso en esta transición en la década de 1930, un momento de grandes dificultades económicas y desaceleración de la demanda de energía. Pero el cambio del carbón al petróleo se reanudó con fuerza a mediados de la década de 1930, cuando el país se recuperó de la Gran Depresión, y se completó en la década de 1950, gracias, en parte, al rápido crecimiento económico de la posguerra.

La década de 1970 ofrece una imagen más compleja, pero aún esclarecedora. Fue una década de estancamiento, pero los altos precios de la energía, debido al embargo por parte de miembros árabes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, y a la revolución iraní. Se lograron algunos avances para alejarse del petróleo, un objetivo ferviente de los países industrializados de todo el mundo, pero fue incompleto y se limitó en gran medida a sacar el petróleo del negocio de la generación de electricidad.

Y en los lugares donde se observó este progreso no fue gracias al mercado, sino a intervenciones gubernamentales agresivas, como el esfuerzo del Gobierno francés para impulsar al país hacia la energía nuclear en la década de 1970, y el esfuerzo japonés durante esa década y posterior a ella para reemplazar el uso de petróleo en la generación eléctrica por energía nuclear, gas natural y, en menor medida, carbón.

Tales intervenciones costosas pueden ser difíciles de llevar a cabo durante los tiempos económicamente malos, cuando los Gobiernos tienden a centrarse en estimular el crecimiento económico en lugar de fomentar las transiciones de energía. Un ejemplo contemporáneo, que mencioné en una columna previa, es China, cuya preocupación por la energía más limpia parece haber quedado en segundo plano en pos del crecimiento en el entorno posterior al covid.

Además, hay buenas razones por las que una transición energética puede ser más fácil de acelerar en un período de crecimiento robusto. Primero, a las nuevas fuentes de energía les resulta más fácil ganar cuota de mercado cuando la demanda de energía crece cada año. En tal entorno, estas nuevas fuentes no necesariamente tienen que ser más baratas que las fuentes existentes con infraestructura preexistente y aún viable. Pueden penetrar en la mezcla energética en función de otros atributos, como ser más limpios, más densos en energía o más fáciles de almacenar o transportar, y usar esa creciente participación de mercado como una forma de reducir sus costos.

En segundo lugar, los períodos de alto crecimiento económico o altos precios de la energía tienen más probabilidades de caracterizarse por innovaciones energéticas inspiradas en el mercado. Por ejemplo, el auge del shale que catalizó el despertar energético de EE.UU. en la última década fue impulsado principalmente por el mercado y el incentivo proporcionado por los altos precios del petróleo y la creciente demanda de energía.

Infortunadamente para aquellos que esperan que el mercado se encargue de la transición energética, es poco probable que la fortuna económica mundial mejore significativamente en el corto plazo. El FMI anticipa que, incluso con un crecimiento robusto en 2021, la economía mundial seguirá siendo 6,5% más pequeña a fines del próximo año de lo que habría sido en ausencia de la pandemia.

La Oficina de Presupuesto del Congreso ha compartido una visión igualmente sombría de la economía estadounidense, proyectando que el crecimiento del PIB real no volverá a su tendencia a largo plazo anterior al covid hasta 2028. El economista Nouriel Roubini incluso ha llegado a proyectar una “recuperación en forma de L”, si la palabra “recuperación” puede usarse para describir este escenario.

Una década de crecimiento lento tendría muchos efectos desastrosos: empujar hasta 60 millones de personas en todo el mundo a la pobreza extrema, según el Banco Mundial, exacerbar los niveles de desigualdad ya intolerables y avivar las medidas autoritarias en todo el mundo.

A medida que los políticos piensan en estas consecuencias, no deberían sentirse consolados por la creencia de que un crecimiento más lento al menos reducirá los estragos ambientales. Si fomentar una transición energética en los próximos años es una prioridad, la historia sugiere que el mercado no será un motor suficiente para hacerlo. Los Gobiernos deberán intervenir.

Nota Original:Covid Epidemic Is Big Blow to Clean Energy: Meghan L. O’Sullivan

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©2020 Bloomberg L.P.