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¿Qué haces con tu enojo?

Soy la menor de cuatro hermanos que se llevan pocos años de diferencia. Esto implicó que a muy corta edad tuviera que aprender algunas estrategias para que, por ejemplo, me consideraran parte del juego. También aprendí que el que se enoja, pierde. Y yo siempre perdía. Con el tiempo empecé a notar que si no mostraba mi rabia, si me refugiaba en el orgullo de "a mí no me atraviesan tus balas", entonces mis hermanos dejaban de molestarme y podía seguir el juego. Aunque parecía una buena estrategia, en realidad resultó contraproducente porque me tragaba mi rabia, aunque me hicieran trampa o se aprovecharan de mi tamaño, yo fingía no estar enojada.

El enojo es la superficie de una emoción más profunda - iStockphoto
El enojo es la superficie de una emoción más profunda - iStockphoto

A los 10 años empecé a padecer migrañas que me dejaban casi dos días en cama, me reventaba la cabeza y se me nublaba la vista hasta que vomitaba bilis. La expriencia era terrible, tanto que empecé a buscar qué la desencadenaba. Encontré un patrón: siempre me daba el patatús un día después de pelear con mis hermanos y haberme tragado mi enojo. Si bien no aprendí a confrontarlos, por lo menos se fueron las migrañas, dejé de reprimir mi frustración y aprendí a desahogarme llorando a moco tendido.

Ha pasado el tiempo y en distintas situaciones me sigo encontrando con esta advertencia: controle su enojo para que su enojo no lo contrle a usted. Creo que esa idea ha contribuido a hacer más ancho el abismo que hay entre nuestro razonamiento, nuestras emociones y nuestros deseos. Y sobre todo ha desprovisto al enojo de su función transformadora.

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La experiencia me ha enseñado que reprimir esa revolución en mis entrañas sólo me causa daño, porque no hace más que crecer y crecer como la presión dentro de una olla exprés. Por ejemplo, recuerdo que después de separarme de mi pareja me vino una tristeza como de cien años. Fui a terapia y mientras iba expresando lo que me ocurría, vi como esa tristeza iba tomando su forma original: el enojo. Lo había mantenido tanto tiempo guardado que se transformó en una depresión que me estaba enfermando; porque así como algunos manifiestan su enojo contra las personas o los objetos, otros lo volcamos contra nosotros mismos.

Algo que también aprendí en la terapia es que el enojo no es más que la superficie de una emoción más profunda, pero es tan potente que por instantes opaca todo lo demás. Reprimir el enojo es negar su potencial de transformacion y auto conocimiento; mientras no lo dejemos salir, será como vivir con un monstruo desconocido.

Debajo del enojo hay toda una gama de emociones de intensidad variable (frustración, decepción, impotencia, desprecio, sentido de justicia). En mi caso, aprender a reconocerlas ha hecho que finalmente pueda descifrar qué es lo que me molesta y por qué. Eso también me ha permitido decidir si quiero confrontar el problema o si no vale la pena invertirle energía.

El enojo, más que una emoción "mala" o negativa, es un indicador, una alarma que nos muestra cuando algo ha superado nuestro límite, una brújula que grita: "esto no me gusta, actúa, defiéndete". Darnos espacio para el enojo no quiere decir hacer un berrinche, insultar a la gente e irse a los golpes; eso ocurre cuando el enojo y la frustración se han guardado durante tanto tiempo que han crecido hasta tomar la forma retorcida, brutal y destructiva de la violencia. Conquistar un espacio para sentir enojo, en cambio, nos abre la posibilidad de conectarnos con nuestra fuerza transformadora y defensiva en un estado primario: la agresividad. Creo que si aprendemos a reconocerla, dejaremos de tenerle miedo y empezaremos a usarla de manera positiva, porque la agresividad es un motor que nos empuja a cambiar las circunstancias adversas.

Nuestras reacciones, nuestro comportamiento y nuestra perspectiva cambian cuando entendemos que el enojo no es sino el detonador de un mecanismo de defensa, autoconocimiento y transformación. Pero necesitamos darle ese espacio, volver a mirarlo como una guía y no como un monstruo que pone en peligro nuestras relaciones.

¿Y tú qué haces con tu enojo?

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