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Síndrome de Cenicienta

"Calladita te ves más bonita", decía mi abuela.

"No les discutas a los hombres", decía mi abuela.

"Siéntese derechita y sonría", decía mi abuela.

Mi padre se refería a mí como "princesa", y mi madre me enseñaba a ser independiente. Inmersa en estas contradicciones crecí y me convertí en una mujer que "debe" ser independiente.

El zapatito ya no nos calza muy bien - iStockphoto
El zapatito ya no nos calza muy bien - iStockphoto

"Nunca dependas de los hombres", decía mi madre. Y mi padre se quejaba de que mi novio no era suficiente para mí, una "princesa".

En 1981, Collete Dowling alborotó el mundo con su libro "El Complejo de Cenicienta", en el que postulaba que "las mujeres tienen miedo de la indepencia". Decía que "existe, en el fondo, un indefinible deseo de ser salvada y una constante actitud de retirada de la mujer ante un desafío."

Hoy vivimos en una cultura que nos impulsa, como mi madre, a ser líderes, a ser independientes, a valernos por nosotras mismas. Sin embargo, ser "aventada" y "bocona" (decir lo que se piensa cuando se considera necesario expresarlo) sigue siendo considerado, aún hoy en muchos círculos, como poco femenino.

El otro día, charlando con una amiga muy independiente, justamente mencionábamos que siempre subyace en nosotras cierta "necesidad" de tener al lado un hombre que nos cuide, que nos haga sentir protegidas, pero al mismo tiempo nos mostramos ante ellos como las grandes militantes de la indepencia. Y ellos huyen, porque en realidad las mujeres como nosotras los atemorizan.

Dowling escribía: "La necesidad psicológica de evitar la independencia - el "deseo de ser salvadas" - me pareció probablemente el tema más importante que enfrentan las mujeres hoy en día. Nos llevaron a depender de un hombre, y a sentirnos desnudas y asustadas sin uno. Se nos enseñó a creer que las mujeres no podemos quedarnos solas, que somos demasiado frágiles, delicadas, necesitadas de protección. Así que ahora, en estos días iluminados, cuando nuestra inteligencia nos dice que debemos pararnos sobre nuestros propios pies, los problemas emocionales sin resolver nos arrastran. Al mismo tiempo que anhelamos ser libres, también anhelamos ser atendidas."

Todo esto es una gran contradicción. Tengo la sensación de que mientras nos complacemos en vivir solas, ascender en nuestro trabajo, mantener nuestra sustentabilidad económica, por el otro lado nos sentimos bastante solas, y encima no nos conformamos con cualquier hombre. Nos hemos vuelto muy exigentes, como si, a pesar de tanto avance, siguiéramos a la espera del "príncipe azul".

Sabemos, porque lo hemos aprendido, que la dependencia es terrible, pero conservamos ese anhelo de Cenicienta en el fondo del alma.

Alexandra Symonds, un psiquiatra de Nueva York que ha estudiado la dependencia, dice que es un problema que afecta a la mayoría de las mujeres que ha conocido. Incluso aquellas mujeres que parecen ser las más exitosas hacia el exterior, según ella, tienden a "subordinarse a los demás, se vuelven dependientes de ellos, sin saberlo, y muy dedicadas a la búsqueda del amor. Anhelan recibir ayuda y protección masculina para enfrentar lo que es percibido como difícil o desafiante, esa parte hostil del mundo."

Yo creo, además, que esa contradicción es la que los hombres no entienden de nosotras. Y que, además, el zapato de cristal ya no nos calza muy bien.

No pretendo, ni mucho menos, dar respuestas. Apenas las invito a reflexionar sobre un tema que nos conflictúa, y del que nadie habla demasiado.

Twitter @aleherren

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