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“No puedo vivir sin mi smartphone”

Javier está nervioso. Como cada día entre semana, ha cogido el metro para ir al trabajo a primera hora de la mañana, bien trajeado. No parece que nada cambie su rutina, hasta que saca del bolso del pantalón su smartphone y confirma una vez más sus temores: su BlackBerry sigue sin funcionar. Para él no tendría importancia si no fuera porque trabaja en una sociedad de valores y está acostumbrado a mirar constantemente el estado de las bolsas con las que opera. En ese momento, se encuentra a ciegas. "Una locura, un caos", reconoce Javier, a toro pasado. Su testimonio es uno más entre los millones y millones de personas que la semana pasada se quedaron sin servicio de datos en su BlackBerry, lo que causó el bloqueo de la conexión a Internet, el servicio de emails, el BBMessenger o el WhatsApp.

La reacción acalorada de muchos de sus usuarios ha destapado la dependencia creciente que la población tiene de estos teléfonos inteligentes, cada vez más imprescindibles al canalizar nuestras relaciones sociales y laborales. Llevada a las cotas más altas, genera la Nomofobia, o el miedo irracional a no llevar el teléfono móvil encima, una enfermedad de la que ya te hablamos hace unos días.

"Es normal", comenta Ramiro, antes de entrar en el edificio de la Bolsa de Madrid, en alusión a la situación de Javier. A sus 53 años, Ramiro no sufre con el smartphone, como sí ocurre con muchos de sus compañeros. De hecho, ni lo tiene. "Prefiero venir aquí, al parqué, donde no lo necesito porque tengo toda la información en las pantallas; para ellos ( refiriéndose a Javier) sí es vital, ya que son intermediarios que, en vez de operar desde aquí, están en constante movimiento", explica.

Ignacio Calviño también depende del móvil para trabajar, aunque opera en un sector bien distinto. Hace seis años fundó Cometa Verde, una empresa que organiza actividades educativas para niños. Cada jornada, sale a las 9 de la mañana de la oficina y no vuelve hasta 12 horas después. Él fue uno de los primeros en tener una BlackBerry. "Me lo aconsejaron desde el primer día, hace 5 años; me dijeron que iba a poder organizarme mucho mejor", recuerda. Hoy por hoy, recibe una media de 40 correos al día, que incluyen presupuestos, propuestas de clientes o autorizaciones de padres. Precisamente, la semana pasada necesitaba sus confirmaciones para un proyecto pionero, pero no recibía ninguna. "Pensaba que no les interesaba la propuesta, pero estaba equivocado", confiesa. Cuando se dio cuenta, tuvo que volver rápidamente a la oficina para no perder un día de trabajo.

Una tendencia inevitable

"Es algo natural; casi todo lo que hacemos en la vida está relacionado con los objetos con los que vivimos; forma parte del cambio", explica Amparo Lasen, profesora de 'Cambio Social' en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense. Lleva diez años estudiando los efectos de los móviles en la población, de ahí que este caos no le haya pillado por sorpresa. "Es un círculo vicioso que genera una obligación; aunque no seas dependiente, acabas necesitándolo si tus allegados lo utilizan", explica.

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No obstante, el ámbito laboral es solo la punta del iceberg. Si hay algo que está empujando esta bola de nieve, son las relaciones sociales y afectivas, sobre todo entre los más jóvenes. "Si nadie te escribe es que nadie te quiere", ilustra Amparo.

Los efectos se manifiestan en cientos de 'amigos' y relaciones cada vez más extendidas con gente desconocida. Uno de estos objetivos: ligar. "Mucha gente tímida con pánico al 'cara a cara' tiene ahora otras armas para logar su objetivo, a pesar de los riesgos que conlleva. No tiene por qué alarmar a nadie si utilizas, además, el modo convencional de comunicación", opina. Una de las últimas novedades es la geolocalización llevada a los móviles: una aplicación gratuita descargada por el usuario rastrea su posición en tiempo real y, si este quiere, le pone en contacto para ligar con aquellos que también la tengan y se encuentren más cerca (por ejemplo, en la calle o en el bar de al lado). Algunas de estas ya figuran en los dispositivos de millones de personas en todo el mundo.

Como puedes ver, el resultado es una continua interacción social con el móvil. ¿Son posibles tantas relaciones a la vez? "Ahora compartes más tu atención, lo que provoca que no tengas tiempo para cuidar a tanta gente", avisa Amparo. De hecho, hoy en día no es difícil ver cómo en una conversación de un grupo de amigos, uno de ellos desconecta para revisar su smartphone. "La gente emplea la regla del 'Ahora no te escucho, pero luego ya me enteraré en Facebook'", sentencia.

Menores de edad

Amparo da clase a dos grupos que rondan la veintena de edad. Ella puede controlar la dependencia de sus alumnos; el problema está más abajo, en los institutos, donde los estudiantes, menores de edad, tampoco son ajenos a esta fiebre. "La adicción es total", cuenta Miguel, profesor en un centro concertado de la Comunidad de Madrid, que estima en un 75% el porcentaje de alumnos que usan un smartphone en secundaria y bachiller. La realidad asusta cuando Miguel nos cuenta que ya se pueden ver algunos con 8 y 9 años equipados con estos aparatos. Para concienciar a los padres, organizan reuniones periódicamente, mientras que a los chavales intentan controlarlos como pueden. "En primaria se les prohíbe llevarlo a clase; pueden a partir de secundaria, pero sin utilizarlo en clase. Están tan enganchados que, una vez termina la clase, lo primero que hacen es coger el móvil y no lo sueltan durante los cinco minutos de descanso", describe.

¿Para qué lo emplean? "Messenger y redes sociales, sobre todo, pero no se cortan ni para organizar botellones en sus perfiles", asegura. Según Miguel, el descaro es tal que en el centro se han encontrado casos de estudiantes que, en pleno examen, se pasan las respuestas a las preguntas por WhatsApp. La mayoría de las veces acaban pillados, pero "vigilarlo todo es muy complicado", lamenta.

"A mí no me gusta, pero solo por ver que tus compañeros lo tienen, acabas arrastrado", confiesa un alumno de bachiller mientras comenta una situación surrealista vivida en una discoteca donde dos adolescentes que se encontraban en la pista a menos de 50 metros de distancia ligaban a través del messenger. Ver para creer.