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¿Qué gana Alemania con su obsesión por la austeridad?

A estas alturas de la crisis la mayoría de los europeos sabemos muy bien qué significa la palabra austeridad. Y lo tenemos claro porque básicamente ha sido el único ingrediente de la medicina que se nos está aplicando para reducir el fuerte endeudamiento que hemos asumido los llamados países periféricos en las últimas décadas, lo que ha provocado una fuerte recesión de algunos estados como España. Ayer mismo conocíamos que el PIB se contrajo un 0,4% en el segundo trimestre del año.

Por eso quizá es pertinente preguntarnos si es necesario complementar esta medicina con alguna vitamina. Muchos expertos —el archiconocido Paul Krugman entre ellos- aseguran que es necesario incluir medidas de crecimiento que provocarían que esa austeridad fuese diluida en el remedio que se aplica. En Europa los líderes de los cuatro principales países -Alemania, Francia, Italia y España- llegaron a un acuerdo hace unas semanas para incluir unas exiguas medidas de crecimiento en nuestras políticas. Esta decisión fue posible tras la ruptura del eje franco—alemán que lideró Europa en los primeros años de la crisis y que seguía a pie juntillas los designios de Alemania.

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¿Qué gana Alemania con esta ultra ortodoxa política austera que apuesta única y exclusivamente por la reducción de los déficits públicos? En principio, la reducción de sus costes de financiación. Mientras que las economías de países como España e Italia pagan caro el dinero que reciben de los mercados —a estas horas los bonos a 10 años del Tesoro español cotizan en los entornos del 6%-, los alemanes venden los suyos a tipos cercanos al cero. De hecho, en los momentos de máxima tensión, los inversores han llegado a pagar al tesoro germano por prestarle dinero.

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La diferencia entre lo que pagamos unos y otros es la llamada prima de riesgo, que en estos momentos cotiza en torno a los 523 puntos (esto es una diferencia del 5,23%). En los momentos más críticos de la semana pasada, la prima superó con mucho los 600 puntos hasta que el presidente del BCE, Mario Draghi, aseguró que su organismo actuaría para bajar esta tensión, y esto lo interpretaron los mercados como que estaba dispuesto a comprar bonos españoles e italianos.

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En la actualidad, Alemania es el principal miembro del BCE que se niega a que el banco central compre bonos de los países con problemas: España e Italia. Hay varios motivos para esto y el principal es que no están de acuerdo en pagar la fiesta derrochadora de sus colegas del Sur. Quizá, además de hacernos pagar nuestros pecados de católicos derrochadores, nuestros vecinos ricos no se crean nuestro propósito de enmienda. No es la primera vez que España, por ejemplo, deja de cumplir con sus compromisos —y lo hemos visto, por ejemplo, con las diversas rectificaciones del objetivo de déficit-.

Alemania tampoco quiere enfrentarse a un nuevo periodo de inflación elevada. Y es que el BCE podría poner de nuevo marcha políticas que provocaran una subida de precios, como podrían ser nuevas bajadas de tipos de interés y más dinero barato para que se financien los bancos.

Por el momento, todo el mundo se ha unido para pedir a Angela Merkel que ceda en beneficio de los países del Sur. A Alemania se le solicitan sacrificios que acompañen a los que ya estamos haciendo desde el Mediterráneo y el país germano se resiste como gato panza arriba y recuerdan, por ejemplo, que mientas que en la década dorada nuestros salarios crecían a tasas muy por encima de la inflación, en su país lo hacían apenas un 0,5% cada año. Quizá no sea justo, pero todos los dirigentes que en estos días se reúnen con la canciller o con su ministro de exteriores, el alemán Wolfgang Schäuble, se empeñan en advertir también de un peligro que el país está pasando por alto: la ruptura del euro y la explosión de Europa, el principal mercado de la exportadora alemana.