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La cumbre de París, la última oportunidad para revertir las peores consecuencias del cambio climático.

Imaginen un mundo con casi 1.000 millones de desplazados climáticos. Con guerras, hambrunas, nuevas enfermedades y crisis económicas que surgen por el impacto del ser humano en el medio ambiente. Con playas españolas, por ejemplo, prácticamente sin turistas por el calor extremo constante. Con metros de arena que desaparecen por el deshielo de los polos y la crecida imparable del nivel del mar. Con sequías en pleno otoño e inundaciones habituales en cualquier época del año en los cinco continentes. Son algunos de los pronósticos para La Tierra antes de 2100, según Naciones Unidas, si sigue aumentando la temperatura y no se actúa drástica e inmediatamente para frenar las emisiones de gases invernadero a la atmósfera. Se trata del mayor reto de la humanidad en este siglo XXI y, por eso, la cumbre de París se ha convertido, según todos los expertos, en el último salvavidas del planeta, después de décadas de pasos en falso, para evitar de forma decidida y conjunta el desastre sin precedentes. El gran objetivo de los 196 países participantes es no superar los dos grados de media antes de acabar este siglo. Aunque organizaciones ecologistas como Greenpeace, van incluso más allá, al exigir un límite de un grado y medio como máximo, para no condenar a las poblaciones y ecosistemas en el Océano Pacífico. Los escenarios que se pronostican son devastadores. Si no se corrige la tendencia actual de consumo de energías fósiles en 2100 las temperaturas subirían más del doble del límite irreversible. Casi lo mismo que si se cumplen las tímidas promesas existentes hasta París, que en su hoja de compromisos iniciales, a pesar de los avances, todavía superaría el máximo marcado. Una guerra silenciosa en la que no se admiten más fallos y sí una apuesta firme por la reconversión global hacia energías más limpias.