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Violencia. Un riesgo que crece entre temores sociales y falta de control estatal

La sociedad fue conmovida hace un año por el brutal asesinato de Fernando Báez Sosa. La visualización masiva de los golpes y patadas que terminaron con la vida de ese joven de 18 años fueron entonces una alerta sobre la descontrolada violencia en las calles. La reacción política frente a esas imágenes fue instantánea. En Villa Gesell se "clausuró" la noche. En todos los balnearios se pudo observar a policías que controlaban que no se ingresase alcohol en las playas. La consigna fue que no se repitiesen las cotidianas peleas de grupos enfrentados por la nimiedad de una mirada mal entendida. Pronto apareció la pandemia del Covid-19 y cambió el foco de la atención pública. Y la violencia volvió esta temporada para exponer que medidas pasajeras no solucionaron el problema real.

Una gresca generalizada sobre la arena de Pinamar, un muchacho de 20 años hospitalizado en Mar del Plata por los botellazos recibidos en un boliche y una mortal trifulca en una partido de fútbol en Tortuguitas fueron recientes manifestaciones de una violencia callejera que, en opinión de especialistas, tiende a crecer.

Graciela Moreschi, médica psiquiatra y escritora, señaló a LA NACION que la pandemia provocó a nivel social un efecto de depresión que en algunos casos es canalizada por estados iracundos. "Hay una sensación de falta de proyección a futuro y los que no manejan las emociones pueden estar más proclives a tener estados explosivos de no control y reacciones impulsivas. La gente venía simbólicamente esperando que terminara el 2020, pero el 2021 no muestra signos de mejoría", comentó.

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En la misma línea se manifestó Adrián Besuschio, médico psiquiatra y psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). "La pandemia generó una dosis de frustración, de sensación de desamparo y una de sus salidas es la bronca. Las personas jóvenes necesitan la descarga funcional de ese enojo por medio de la sexualidad, trabajo o deporte. El hecho de no ver a los amigos, de no salir, de no tener la descarga funcional necesaria para que la violencia disminuya, lleva a que haya una cantidad de agresión mayor que la normal".

Bajo esta perspectiva, tras un año con diferentes niveles de aislamiento, el verano del 2021 comenzó con un nuevo componente: la necesidad de liberación. En ese sentido, Miguel Espeche, psicólogo y psicoterapeuta especialista en vínculos, planteó: "La explosión emocional de los jóvenes en el verano, sobre todo después de tanto tiempo de encierro o semiencierro puede que tuviese una influencia más expansiva y que eso haya derivado en algunos casos en violencia".

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En ese aspecto, para los especialistas también juega un importante rol el deseo de los jóvenes de retomar sus espacios de entretenimiento en eventos que dan lugar a posibles situaciones de violencia. "Al estar prohibidas las fiestas, los eventos clandestinos se viven con mayor intensidad, con más alcoholismo y, a partir de esa situación, se llega a la violencia", detalló Besuschio. El psicólogo aclaró que el alcohol genera una desinhibición en el aparato psíquico que hace que se pierda la valoración del riesgo: "La persona está más susceptible y paranoide, pierde el sentimiento acerca del peligro que le puede llevar a otro o a él mismo".

Por su parte, la psiquiatra Moreschi afirmó: "Así como está el alcohol que produce una liberación de los frenos inhibitorios, también hay ciertas drogas que exacerban la violencia, pero depende del tipo de consumo".

Los más feroces episodios de violencia en las últimas semanas estuvieron, en su mayoría, protagonizados por adolescentes o adultos jóvenes. "En el grupo el que pega más fuerte es el líder y el más bravucón tiene la fantasía de tomar ese rol creyendo que así lo van a querer y valorar. Para ellos, el que va a ser golpeado y lastimado no es tan importante como querer ser el líder del grupo. Eso es lo que pasa en las patotas, en las canchas y los grupos que se encuentran en un boliche", analizó Besuschio.

Para Espeche, "la violencia de grupo es un clásico, muchas personas se permiten ser violentas cuando están amparadas en la masificación de un grupo. Por eso es importante que haya una educación adecuada al respecto y un marco legal que todos acepten".

La importancia de las escuelas

Ese rol de la educación quedó golpeado durante la pandemia por la falta del contacto directo en las aulas. Esther Levy, especialistas en Ciencias de la Educación, Gestión y Planificación de Políticas Sociales, aseguró: "El sistema educativo debe ser repensado porque no está respondiendo a la necesidad de los jóvenes. Si bien desde las escuelas no se resolverá directamente el problema de la violencia, se puede trabajar en esa área, principalmente con políticas educativas inclusivas y democratizadoras, para poder brindarles a los chicos la posibilidad de hablar temas que en su casa no se cuestionan".

Según la especialista, las escuelas son el espacio donde se deben desarrollar tanto el pensamiento crítico como la empatía a partir del encuentro con el que piensa diferente. "Con decirles que la violencia está mal no alcanza, hay que enseñarles a reflexionar para poder así desactivar algunas cuestiones que los estudiantes traen implícita o explícitamente de su casa y brindarle las herramientas para que descubran lo que les está pasando y no lo vuelquen sobre el otro", dijo Levy.

La mirada de funcionarios judiciales y especialistas en políticas públicas de seguridad apunta, en cambio, a encontrar métodos para prevenir los conflictos. "Es increíble que después de un año de la muerte de Báez Sosa vuelva a producirse una situación de violencia en un boliche, como pasó en Mar del Plata. Esto ocurre porque los ejemplos no son retenidos, porque hay una falta total de empatía y no se ve al otro como tal, sino que mi propio ser prevalece", manifestó en declaraciones a A24 el juez Gabriel Nardiello, integrante de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional.

El magistrado aclaró que si bien las situaciones de violencia siempre existieron, antes se trataba de casos aislados, mientras que ahora aparecen en forma cotidiana. Según explicó, esto se debe a que actualmente "hay un quiebre de valores en la estructura social que genera este aumento de violencia por el producto de estar todos en una anomia, por la carencia de valores que no permite ver al otro como tal".

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Paola Spatola, especialista en seguridad pública y presidenta del Centro de Estudios para la Convergencia Ciudadana, explicó en diálogo con LA NACION que la violencia en las calles continuará si persiste la impunidad en todos los niveles y si el Estado no cumple su rol en el control del espacio público . "Las cuestiones de seguridad ciudadana se deberían abordar con análisis estratégico. Se tienen que plantear diferentes paradigmas y en base a ellos generar políticas específicas de reducción de riesgo y daño", comentó.

Y agregó: "Claramente mucha gente se iba a trasladar a las playas, entonces se necesitaba la generación de marcos de contención para evitar los desbordes. También sería importante contar con una campaña masiva sobre los peligros representados por el consumo de alcohol y la adicción a las drogas".

Trabajo a largo plazo

Más allá de la búsqueda de resolver las urgencias del momento planteadas por quienes trabajan en diferentes niveles de la seguridad pública, los profesionales de la salud mental advierten sobre la necesidad de los trabajos a largo plazo.

"Cuando no se dan determinadas operaciones constitutivas del psiquismo durante el proceso de estructuración que va desde el nacimiento a la salida de la adolescencia, el ser humano queda condenado a expresar solo su condición más primaria -lo menos ligado psíquicamente- que es su condición agresiva", indicó la psicóloga Miriam Mazover, directora de la Institución Fernando Ulloa.

"Aquello que forja a la persona como sujeto ético, es decir que le permite distinguir entre lo que está bien o mal, es recibir en la operación constitutiva lo que llamamos ternura, que es la combinación del amor y ley", agregó Mazover.

Juan Eduardo Tesone, médico psiquiatra y miembro de APA, consideró que la indefensión del ciudadano es muchas veces la fuente de la violencia. "Si no se respetan el contrato social y la necesidad de renunciar a pretender solucionar los conflictos fuera del marco de la ley, estamos en presencia de una anomia social disolutiva del tejido de convivencia", aseveró.

Y aclaró: "Se necesitan políticas preventivas, que deberían comenzar en las maternidades, seguir en las escuelas primarias y secundarias, brindando a los niños y jóvenes un marco de educación y esparcimiento que estimule la capacidad de pensarse a sí mismos y al prójimo".