Cuando el cava deja de ser español... y catalán
Jaime Quirós – El cava catalán esquivó el boicot en 2017. El sector logró cerrar el año con beneficios, incrementando la producción un 3%, con récord histórico de 252,5 millones de botellas, y una facturación de más de 1.149 millones de euros, un 6,5% más que en 2016. La exportación compensó el descenso de ventas en el mercado nacional.
Pero el cava, uno de los símbolos catalanes y españoles al mismo tiempo por excelencia, que en los últimos años le ha caído de lleno la lluvia ácida de las discusiones entre españoles, ha dado un giro drástico a los posibles conflictos navideños tras la adquisición por parte del grupo alemán Henkell de una parte mayoritaria de Freixenet, la mayor compañía productora del mundo. Henkell es una división del gigante Dr Oetker, que ya es propietario de Cavas Hill y de un 22% de Damm. Además, contempla una opción futura de compra cuyos detalles no han transcendido.
Se acabaron por lo tanto las discusiones con trasfondo político y boicot entre hermanos utilizando una bebida. Ahora sería hacer el boicot a nuestros primos alemanes. Igual de absurdo sería.
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El presidente de Freixenet, José Luis Bonet, ha defendido la toma de control por los alemanes de la firma vitivinícola que fundó su bisabuelo. Una operación que implica que el grupo alemán haya adquirido el 50,75% de la compañía con sede en Sant Sadurní d’Anonia (Barcelona) por unos 220 millones de euros. El resultado es que se pasará de ser una empresa familiar a “un grupo líder de vinos espumosos del mundo”.
El todavía presidente apela a que no se perderán los valores familiares que llevan presentes en la compañía cinco generaciones. O llevaban. Porque lo que es cierto es que la estirpe del fundador ya no era una única familia ni estaba unida, las ramificaciones habían formado tres nuevas grandes familias y no había absoluto amor fraternal entre ellas. Lo único que les “unía” era los buenos resultados que ha tenido la compañía durante años y el incremento anual de sus cuentas bancarias que les reportaba.
Los costes políticos
Lo que no dice el presidente tampoco es el coste del procés para la compañía. Pese a que ha mantenido buenos resultados económicos, las familias se presionaban entre ellas para vender o no la compañía centenaria, los políticos presionaban para mantener o sacar la sede de espumosos dentro o fuera de Cataluña y la sociedad presionaba con el consumo, o no consumo, a la empresa, que, sin quererlo, se encontraba dentro del foco de una guerra en la que no le interesaba estar.
Otras empresas en el punto de mira
Por su parte, el fondo de inversión estadounidense Carlyle también ha manifestado su interés por el grupo Codorniu, integrado por diez bodegas y propiedad de 216 accionistas miembros de cinco ramas de la familia Raventós.
La bajada de ventas que ha provocado el desafío soberanista y el cansancio de algunos de los protagonistas del sector, con familias cada vez más amplias y de intereses diversos, también les pasa factura.
Al final vence la nueva tendencia de creación de macro grupos a través de adquisiciones, OPAs o absorciones que tanto se llevan en el siglo XXI. Los valores familiares pueden esperar. Los patrióticos, por suerte o desgracia, también. Pero, al final, son los factores económicos los que vemos que suelen ser el factor de decisión en este mundo.
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