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Recuperar cascos de guerra Malvinas ayuda a sanar heridas

BUENOS AIRES (AP) — Jorge “Beto” Altieri todavía puede ver las manchas desgastadas de su sangre en el casco que sostiene en las manos. No es un objeto cualquiera: le salvó la vida hace casi 37 años en la guerra de Argentina contra Gran Bretaña por las islas Malvinas y lo ha recuperado tras estar a punto de perderlo en una subasta virtual en Londres.

Altieri --de 57 años-- logró recobrarlo gracias a un empresario argentino anónimo que lo adquirió recientemente en la subasta luego de enterarse de los inútiles esfuerzos del veterano por comprárselo al coleccionista británico que lo ofrecía en el sitio eBay.

Como él, la familia del británico Alexander Shaw recuperará el de este joven fallecido en la guerra de 1982 gracias al coronel retirado argentino Diego Carlos Arreseigor, que lo encontró en el campo de batalla, lo retuvo desde el fin de la contienda y ha decidido devolvérselo este año a la familia de Shaw como un paso más en búsqueda de la reconciliación.

Casi cuatro décadas después del enfrentamiento bélico por el archipiélago situado en el Atlántico sur, ambos casos son un ejemplo de cómo exsoldados argentinos y británicos y sus allegados necesitan volver a ver y tocar los elementos de combate que los enemigos se apropiaron a modo de trofeos de guerra para curar heridas que aún permanecen abiertas.

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“Lo uso como osito de peluche, está al lado mío... Lo miro y con los recuerdos que vienen se me llenan los ojos de lágrimas”, dijo Altieri a The Associated Press días atrás mientras mostraba sonriente el casco parcialmente destrozado recién llegado a sus manos.

Un agujero producto de un impacto decora la parte frontal del casco que impidió que las esquirlas de una bomba le volaran completamente la cabeza en la decisiva batalla de Monte Longdon el 12 de junio de 1982. No obstante, perdió un ojo, parte de la masa encefálica y sufre inmovilidad en parte de su cuerpo.

Dentro del casco se puede leer escrito a mano “Beto”, nombre con el que Altieri se da siempre a conocer, y “Galtieri”, producto de la broma que le hicieron sus compañeros, que antepusieron la G a su apellido para que pareciera el del dictador argentino Leopoldo Galtieri. Estos detalles le permitieron reconocerlo y saber que era suyo, después de que un rastreador de objetos de guerra argentino le avisara que lo había visto en la plataforma de subastas y que había consultado con veteranos quién podría ser el dueño.

Tocar de nuevo ese objeto es la manera de completar un duelo y mostrar a sus compatriotas su sufrimiento y el de sus compañeros. Argentina, que entró en guerra bajo una dictadura militar que lidiaba con una crisis económica y de poder, sufrió una amarga derrota ante Gran Bretaña, cuyos combatientes estaban mejor preparados y equipados.

Después de la batalla de Monte Longdon, el casco de Altieri había quedado tirado en un montón de rezagos militares. Luego de la firma del cese de hostilidades el 14 de junio de 1982, un integrante de un regimiento británico de paracaidistas lo recogió y lo llevó a Londres. Tras fallecer pasó a sus familiares y terminó siendo ofrecido en una subasta en internet de la que Altieri se enteró hace cuatro años. Aunque ofreció 400 libras (unos 520 dólares) por él, otra oferta que duplicaba ese valor se lo arrebató. Era de un coleccionista de objetos de guerra que rechazó los intentos de Altieri para recuperarlo pagando un monto más económico.

“Decía ‘yo soy coleccionista y me lo quedo, ni que venga a pedírmelo la Reina se lo doy”, contó el veterano argentino.

Días atrás, el casco estuvo por segunda vez en venta, esta vez a un valor de 10.500 libras (unos 13.000 dólares) y luego desapareció del sitio. Altieri temió perderlo para siempre hasta que recibió la noticia de que un empresario anónimo argentino lo había comprado para entregárselo.

En este logro ha tenido mucho que ver la difusión del caso por medios de prensa argentinos. La identidad del comprador no ha trascendido.

Altieri quiere tener el casco en su casa y luego lo donará a un museo sobre la guerra de Malvinas. “Quiero que la gente pueda ver parte de lo que nos pasó a nosotros allá”.

A su vez, los familiares de Alexander Shaw, de un regimiento de paracaidistas británico, pronto tendrán en sus manos el casco de su ser querido, uno de los elementos que lo acompañaban cuando murió en Monte Longdon a los 25 años. El coronel Arreseigor viajará en abril o mayo a Corby, a unos 140 kilómetros de Londres, donde Shaw está enterrado. Allí tiene planeado entregar el objeto a la hermana del soldado muerto, con quien ya se ha contactado.

“Susan me conmovió... tenía 15 años cuando su único hermano viaja a la guerra”, dijo a la AP mientras sostenía el casco con las manchas de sangre del joven inglés caído.

Después del armisticio, Arreseigor, quien en tiempos de guerra era teniente de la Compañía de Ingenieros Mecanizada 10, recogió ese casco que se encontraba junto a otros elementos y aprovechando un descuido del guardia inglés que lo tenía prisionero lo escondió debajo de la chaqueta. “Lo retuve estos 37 años siempre considerándolo un trofeo de guerra que consolaba un poco el dolor, la derrota y la pena por los amigos caídos”, explicó.

No obstante, hace unos años sintió la inquietud de saber quién era el dueño de ese “trofeo”, en cuyas correas interiores estaba escrito el apellido. Averiguó su identidad y cómo había muerto, víctima del fuego de la artillería argentina. “La historia me conmovió, ver que muere horas antes del alto al fuego en un lugar donde no debería haber estado, triste como todas las historias de guerra”.

El coronel espera que su gesto contribuya a la “unión”.

“Cumplí 60 años... reivindico nuestra soberanía sobre Malvinas, homenajeo a todos los que murieron, ingleses y argentinos, pero creo que hoy uno tiene que construir desde lo humano”.

Desde el fin de la guerra, donde fallecieron 649 soldados argentinos y 255 británicos, otros excombatientes han recuperado sus objetos más queridos. Es el caso de un veterano argentino al que un escocés devolvió la trompeta que tocaba durante los ataques aéreos ingleses para insuflar ánimo a sus compañeros.

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En esta nota participaron los periodistas de AP Paul Byrne y Natacha Pisarenko