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Necesitamos otra forma de medir el progreso humano: A. Chhibber

(Bloomberg) -- En las reuniones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en Washington esta semana, se debatirá mucho sobre la desaceleración de la economía global, el impacto de la guerra comercial entre China y EE.UU., el rol de los bancos centrales en la prevención de una recesión global, el riesgo de interrupción para los mercados petroleros y mucho más. De lo que no oiremos, más allá de unos cuantos clichés, es de un plan detallado para combatir el cambio climático y desacelerar el agotamiento de los recursos del planeta.

Este patrón de negligencia no cambiará a menos que vinculemos mucho mejor el clima con el progreso humano. Eso, a su vez, requerirá cambiar la manera en la que medimos el progreso económico.

El mundo aún ve el progreso humano en términos casi exclusivamente económicos. Los países ven el crecimiento de sus mercados de valores y su PIB per cápita con orgullo. Hace casi tres décadas, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo intentó producir una medición más matizada del progreso incluyendo la expectativa de vida y la educación, además de los ingresos, en su índice de Desarrollo Humano. Aunque es una innovación bienvenida, el IDH original sigue siendo relativamente simple, ya que no incluye aspectos como la sostenibilidad y la desigualdad.

El nivel de importancia de esas omisiones quedó claro hace poco, luego de que la ONU incluyera un índice ajustado a la desigualdad (IDHD) a su Informe de Desarrollo Humano de 2018. La inclusión de la desigualdad como factor alteró dramáticamente las posiciones de los países. EE.UU., por ejemplo, cayó del puesto 13 en el índice original al 25 en el ajustado. En cambio, Finlandia subió del puesto 15 al quinto.

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Si se representa el daño climático, el impacto probablemente sería aun mayor. Los países que ocupan un lugar alto en el índice de desarrollo humano también emiten más carbono y agotan más recursos naturales que los que se encuentran debajo. En otras palabras, nuestras mediciones favorecen un crecimiento insostenible y perjudicial para el medio ambiente. Un mayor uso de la energía también ayuda a subir posiciones, pero solo hasta aproximadamente 100 gigajulios por persona; más allá de eso, los países están desperdiciando energía en sistemas ineficientes, no mejorando el desarrollo humano.

Lo mismo aplica a la relación entre las clasificaciones de IDH y una medida conocida como huella ecológica. Hasta la mitad de la lista, donde se encuentran 140 países de ingreso bajo y medio principalmente, la huella es relativamente baja: menos de dos hectáreas globales per cápita (una medida de la capacidad ecológica global del planeta por persona). Ahora bien, ese número aumenta pronunciadamente entre los países con mayores niveles de desarrollo, a entre ocho y diez hectáreas.

Si queremos que los líderes consideren el tremendo daño de sus políticas al medio ambiente, necesitamos un nuevo índice de desarrollo, uno que tenga en cuenta diversas variables ambientales como las emisiones de CO2 per cápita, las emisiones de SO2 (una medida de la calidad del aire), la extracción de aguas subterráneas y la proporción de energías renovables. De hacerlo, países como EE.UU., Kuwait, Arabia Saudita y Australia caerían más de 15 puestos en la clasificación cada uno. Si se considerara las huellas ecológicas de los países, Canadá, Estonia y –sorpresivamente– Finlandia, además de los países ya mencionados, caerían más de 20 puestos.

Otros esfuerzos por producir una medida más sofisticada del desarrollo no han ganado mucha atención. Si bien la ONU aceptó perseguir sus Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2015, el sistema –que incluye 17 objetivos y 169 indicadores– es demasiado complejo para una medición sucinta. El índice Planeta Feliz no ha sido muy aceptado porque mezcla datos de observación de factores como expectativa de vida y desigualdad con encuestas para medir el bienestar. Según esta clasificación, Costa Rica y Vietnam se encuentran en los dos primeros lugares, y Nueva Zelanda es el único país totalmente industrializado entre los primeros 20 lugares; EE.UU. ocupa el puesto 105.

Un índice de Progreso Social, inspirado en los escritos de economistas ganadores del Nobel como Amartya Sen, Joseph Stiglitz y Douglas North, produce clasificaciones no muy diferentes a las del IDH. El Banco Mundial ha presentado el concepto de ahorros netos ajustados para medir los cambios en la riqueza (existencias) en vez del PIB (flujos), a la vez que tiene en cuenta las adiciones o el agotamiento del capital natural. Pero la medida no aborda adecuadamente las altas existencias de CO2, SO2 o metano en la atmósfera, las nubes de plástico del tamaño de un país que flotan actualmente sobre los océanos ni el derretimiento de los glaciares, todos los cuales demuestran que podríamos encontrarnos en un punto crítico ambiental.

En los últimos 30 años, el cambio de mirar únicamente el PIB a juzgar a los países bajo criterios de salud y educación ha producido un progreso real, elevando el índice de desarrollo humano 20% desde 1990 y, más significativamente, más de 50% en los países menos desarrollados. Si queremos una acción real sobre el clima, ahora necesitamos incluir el daño al medio ambiente y el agotamiento de los recursos naturales como factores para medir el desarrollo. De otro modo, estos discursos bonitos no serán más que eso.

Nota Original:Nations Need a New Way to Measure Human Progress: Ajay Chhibber

Para contactar al editor responsable de la traducción de esta nota: Carlos Manuel Rodriguez, carlosmr@bloomberg.net

Reportero en la nota original: Ajay Chhibber en New Delhi, ajaychhibber9@gmail.com

Editor responsable de la nota original: Nisid Hajari, nhajari@bloomberg.net

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