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¿Qué hacer para frenar el cambio climático? Esta es la solución que propone el premio Nobel de Economía William Nordhaus

New Haven, Connecticut. – El Departamento de Economía de la Universidad de Yale es un edificio decimonónico sin ninguna pretensión en el campus de esa universidad que podría pasar por un simple chalé. Esa percepción desaparece cuando se entra, se pasa junto a un recibidor inequívocamente viejo y, entre el añejo mobiliario empiezan a verse en las paredes colgados, como si fueran retratos familiares a los que hace tiempo que se ha dejado de prestar atención, las fotos de varios de los investigadores y docentes de ese centro académico que han hecho historia.

Está, por ejemplo, el retrato de Irving Fischer, uno de los economistas más influyentes del mundo (y también el autor de una de las frases más desafortunadas de la Historia de las Ciencias Económicas, “la Bolsa parece haber alcanzado una meseta permanentemente alta”, formulada un mes y medio antes del ‘crash’ del 29). Y está Robert Schiller, uno de los creadores de la ‘economía del comportamiento’ (‘behavioral economics’), ganador del Nobel en 2013. Y, presumiblemente, pronto estará el de William (aunque allí todo el mundo le llama Bill) Nordhaus quien, junto con Paul Romer, de la Universidad de Nueva York (NYU), ganó el Nobel de Economía del 2018.

William Nordhaus. (AP Photo/Craig Ruttle)
William Nordhaus. (AP Photo/Craig Ruttle)

A sus 77 años, la voz de Nordhaus es débil. Pero no así sus ideas. Ha recibido el Nobel por su investigación pionera en algo que nadie había estudiado cuando él empezó a hacerlo en 1973: el cambio climático.

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Durante más de 40 años, el Nobel de Economía ha estudiado el coste de las emisiones de CO2 a todos los niveles: de la producción agrícola a la subida de los niveles del mar e, incluso, en el cambio en la biomasa de los océanos y en la biodiversidad.

“La Humanidad no está haciendo prácticamente nada para combatir el cambio climático. La tasa de descarbonización de la economía [es decir, la cantidad de combustibles fósiles que se emplea por unidad de producto] está cayendo por el cambio tecnológico y el avance de la eficiencia, pero no por acciones políticas”, explicaba Nordhaus a Yahoo en mayo, cuando estaba a punto de viajar a España a recoger el Premio Fronteras del Conocimiento en la categoría de Cambio Climático que otorga la Fundación BBVA, vinculado a ese banco, que es el segundo mayor de América Latina por activos.

“La única región que está haciendo algo es Europa, y los precios de las emisiones de carbón son muy bajos y, además, en términos de emisiones de gases que provocan el cambio climático, es una región pequeña. Estados Unidos no está haciendo nada, si acaso está yendo hacia atrás. China tal vez esté haciendo algo en la dirección correcta, porque tiene un plan de ‘cap and trade’ (*) en sus grandes ciudades y ahora está moviéndose hacia un plan nacional, pero no está claro el impacto de esas medidas”.

Al expresidente de EEUU, Barack Obama, le gustaba decir que el arco de la Historia se dobla en la dirección de la Justicia. “Eso sucede a veces”, replica Nordhaus.

¿Lo hará en el caso del cambio climático?

“No lo sé. No defendemos la Justicia solo sentándonos y dejando que la Historia se dirija en su dirección. La defendemos con nuestros sistemas legales y políticos, y, si es necesario, por las armas. En la lucha contra el cambio climático, necesitamos científicos, necesitamos economistas, necesitamos negociadores, necesitamos innovadores en el mundo de la empresa. Por ahora no estamos haciendo nada”, concluye.

La ONU acaba de hacer un llamamiento para evitar un cambio climático catastrófico. (AP Photo/Gregorio Borgia, file)
La ONU acaba de hacer un llamamiento para evitar un cambio climático catastrófico. (AP Photo/Gregorio Borgia, file)

Pero, aun así, Nordhaus es más optimista que otros expertos, como el experto en climatología James Hansen, que hace justo 30 años en 1988 testificó ante el Senado estadounidense acerca de algo que entonces era poco menos que una teoría abstrusa y sin relevancia en el mundo real: que el ser humano estaba, con sus actividades, cambiando el clima de la atmósfera y la temperatura (y, con ella, la composición química) del mar.

“Fíjese en las cosas que tenemos hoy que no existían hace un siglo”, declara. “Cien años atrás, no había un impuesto de la renta, ni un banco central digno de tal nombre, y las mujeres no tenían derecho al voto en la mayor parte del mundo… ¡De hecho, el derecho al voto, donde existía, se consideraba un patrimonio exclusivo de los varones de raza blanca! Si hemos logrado cambiar todo eso, también podemos conseguir cambiar nuestra actitud hacia el cambio climático. Yo estoy muy preocupado, desde luego, pero no estoy aterrorizado por lo que nos depara el futuro”.

El hombre que vislumbró lo inevitable

En los años ’70, la idea de que el ser humano podía interferir en el clima de la Tierra era poco menos que una teoría casi descabellada.

Nordhaus recuerda que, cuando empezó a investigar el cambio climático, durante una estancia en el Instituto Internacional de Viena, “alguno de mis jefes me miraba con cara de ‘pero qué estará haciendo éste’. Me dejaban hacer mientras no abandonara mis trabajos en materia de inflación o de productividad. No sé si pensaban que era absurdo, pero desde luego sí tenían claro que no era importante”, declara.

William D. Nordhaus (i) y Robert Shiller, ambos profesores de Economía de la Universidad de Yale. EFE/Richard Messina
William D. Nordhaus (i) y Robert Shiller, ambos profesores de Economía de la Universidad de Yale. EFE/Richard Messina

Nadie hubiera podido imaginar entonces que esas excentricidades del profesor y de su ayudante – Paul Krugman-, a quien le encargó la ingrata tarea de revisar los infinitos archivos del US Geological Service para determinar las reservas de combustibles fósiles en el mundo, en aquellos tiempos previos a Internet y a las computadoras, le iban a granjear el Nobel de Economía.

La solución

El prestigioso economista defiende gravar las emisiones de gases que provocan el efecto invernadero, y un sistema internacional, que él llama el Club del Clima, que sancione con multas a los países que no lo hagan. Y ahí es donde entra él.

Lo que Nordhaus propugna es un impuesto pigoviano, que toma su nombre del economista inglés Arthur Pigou, famoso por su estudio de las externalidades. Las externalidades son los efectos de las actividades económicas que no se reflejan en el precio de mercado. Por ejemplo: una universidad genera externalidades en una ciudad porque – al menos en teoría – produce personas más cualificadas cuyo impacto en la sociedad local va a ser beneficioso. Ése es el caso del cambio climático, pero a la inversa.

La idea de una tasa de este tipo ha logrado un amplio apoyo desde diferentes ángulos del espectro ideológico.

El máximo asesor económico del presidente republicano George W. Bush, Greg Mankiw, creó en 2006 el ‘Club Pigou’, al que definió como “un grupo de élite de economistas y expertos en política” que defiende la imposición de un impuesto a las actividades contaminantes. Entre los miembros del Club Pigou hay economistas alineados con el Partido Republicano – el propio Mankiw, Arthur Laffer, John Cochrane, o el fallecido Nobel de Economía Gary Becker –, con el demócrata – como Jason Furman o el propio Paul Krugman–. También cuenta con empresarios y financieros (Bill Gates, Elon Musk) y con políticos de derecha (Grover Norquist, Lindsay Graham, Bob Corker), de izquierda (Al Gore) y de centro (Michael Bloomberg).

Puede decirse que el Club Pigou es probablemente la única organización en la que Krugman, por un lado, y Norquist, Laffer, y Graham, por otro, están de acuerdo en luchar por un objetivo común. Previsiblemente, Nordhaus entró a formar parte del Club Pigou muy pronto, en 2006.

(AP Photo/Ted S. Warren, File)
(AP Photo/Ted S. Warren, File)

El nuevo Nobel de Economía considera que un impuesto de este tipo a las emisiones de gases de efecto invernadero es la única manera de contener el cambio climático.

“Los mercados de emisiones suelen poner un precio muy bajo [a la producción de estos contaminantes] y eso no desincentiva lo suficiente la generación de estos gases”, explica.

Nordhaus, además, cree que este impuesto a las emisiones de carbono debería ser ‘neutral en términos fiscales’ (‘revenue neutral’), es decir, que lo que aumente de recaudación del Estado con él se compense con una reducción de los gravámenes sobre otras actividades económicas.

“Un impuesto al carbón podría permitir eliminar o reducir drásticamente otros impuestos, por ejemplo, a la creación de empleo, con lo que la economía podría verse doblemente favorecida”, declara. La tesis de Nordhaus, así pues, no es aumentar el peso del Estado en la economía; solo cambiarlo.

La trampa de los subsidios

Nordhaus se opone a los subsidios de plano. “No soy nunca un partidario de los subsidios. ¿Qué vas a subsidiar? ¿Las bicicletas?”, se pregunta.

“Tomemos el caso del etanol de maíz. Efectivamente, emite menos CO2 que la gasolina normal, y está subvencionado. Pero el etanol debe ser transportado de un sitio a otro. Y eso se hace con camiones que consumen gasolina. Al final, el efecto es mínimo. El etanol es el ejemplo, el ‘poster child’ de cómo los subsidios no arreglan las cosas”, precisa.

El presidente Donald Trump quiere ampliar el uso del etanol como una táctica para granjearse el apoyo en las elecciones de 2020 del decisivo estado de Iowa, el mayor productor de maíz de EEUU.

Nordhaus no oculta su desacuerdo con Trump. “Creo que Obama era un buen presidente, porque creía en las instituciones. Ahora estamos viviendo un deterioro de la confianza en las instituciones. Y eso es muy preocupante. El actual presidente está basando sus políticas en denigrar las instituciones y en todo el que está en desacuerdo con él. No sabemos dónde va a acabar esto, pero a veces parece que quiere demoler las instituciones”.

Un campo de maíz afectado por la sequía. Al fondo, la planta de etanol de Lincolnland Agri-Energy, el 25 de julio de 2012 en Palestine (Illinois, norte de Estados Unidos) (GETTY IMAGES NORTH AMERICA/AFP | SCOTT OLSON)
Un campo de maíz afectado por la sequía. Al fondo, la planta de etanol de Lincolnland Agri-Energy, el 25 de julio de 2012 en Palestine (Illinois, norte de Estados Unidos) (GETTY IMAGES NORTH AMERICA/AFP | SCOTT OLSON)

Políticamente, además, las propuestas de Nordhaus van, indirectamente, contra una de las industrias que Trump ha favorecido más: el carbón. La razón, afirma, es que “hay que ir a la raíz del problema. Y el carbón emite más CO2 por cada dólar de Producto Interno Bruto que cualquier otra fuente de energía o en otras actividades. Aparte, el carbón es una fuente de energía particularmente nefasta, porque mata a más gente que cualquier otra, por medio de todos los componentes contaminantes que tiene, por el azufre que libera, por las partículas que suelta en la atmósfera…”.

El profesor de Yale no tiene duda de que con su propuesta “el carbón sufriría mucho más” que otras fuentes que generan gases que provocan el efecto invernadero, como el petróleo, la ganadería, o el fracking. Pero, aunque claramente simpatiza con el Partido Demócrata, su visión de los políticos en general es bastante negativa.

“A veces lleva mucho tiempo que las ideas se apliquen en el mundo político. El Partido Demócrata ha cambiado en este sentido, pero le ha llevado décadas. Y, aun así, uno se encuentra a veces con políticos que prefieren desarrollar grandes proyectos con poca eficiencia energética pero mucha visibilidad política, en detrimento de otras medidas que podrían ser mucho más eficaces, pero que no les servirían para anotarse un buen tanto en términos de relaciones públicas”.

Nordhaus nació en Nuevo México, pero ha pasado la mayor parte de su vida en Nueva Inglaterra. Se graduó en Economía en Yale, y después hizo el doctorado en el MIT, la ‘fábrica’ de premios Nobel de Economía y de banqueros centrales de las últimas dos décadas, a apenas 200 kilómetros al noreste. Después, regresó a Yale, ya como profesor. Y allí ha desarrollado su vida profesional desde hace más de 40 años.

¿Se considera un hijo adoptivo de Nueva Inglaterra Nordhaus entonces? “No, la verdad es que no, todavía tengo mucha familia en Nuevo México, en Albuquerque, Santa Fe y Las Vegas”, explica.

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(*) Un sistema de ‘cap and trade’ significa que los gobiernos venden o emiten permisos de emisiones que son comprados por las empresas. Éstas a continuación, se pueden comprar permisos unas a otras dependiendo de lo que contaminen. Dado que el número de permisos es limitado, si las empresas emiten más cantidad de gas de lo previsto, deberán comprar más permisos, y el precio de éstos subirá, lo que supone un coste para los que contaminen.