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Fournier es aplaudida por sus naipes, pero debería serlo más por su apoyo a las mujeres trabajadoras

Barajas de Fournier. Imagen vía Fournier.
Barajas de Fournier. Imagen vía Fournier.

Heraclio Fournier es recordado en todo el mundo por sus célebres naipes. ¿Quién no ha jugado al mus, al tute o al póker usando alguna de sus reconocibles barajas? Pero su historia como empresario tiene un interés añadido más allá de la calidad de sus cartas.

Y es que, a lo largo de los más de 150 años de historia de su fábrica, las mujeres tuvieron un papel clave y desempeñaron trabajos cualificados en un momento en que el acceso de la mujer a este tipo de empleos era bastante inusual. ¿Hay que aplaudir a Fournier también por su revolucionario feminismo? Bueno, en cierto modo se podría decir que sí.

Fachada sur de la fábrica de Fournier. Imagen vía Fournier.
Fachada sur de la fábrica de Fournier. Imagen vía Fournier.

Heraclio Fournier montó su primer taller de impresión en 1870 con la ayuda de su esposa, Nieves Partearroyo, y contratando después a varias mujeres. Con el tiempo, el humilde taller de Fournier se convirtió en una de las primeras grandes fábricas de Vitoria y la presencia de mujeres superó a la de los hombres en varios momentos.

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En una época en que el trabajo femenino en la industria no estaba bien visto, las conocidas como “naiperas de Fournier” realizaban casi todas las tareas del proceso de producción: la revisión de los pliegos antes y después de su impresión, el barnizado, el corte, la fabricación de los estuches y el empaquetado de las barajas.

Tal era la relevancia que alcanzaron que, cuando el rey Alfonso XIII visitó Vitoria en 1902, las naiperas formaron parte del comité de bienvenida. Y en 1925, ante su popularidad, la Real Academia Española incorporó el oficio de naipera en el diccionario.

Imágenes de mujeres trabajando, vía Fournier.
Imágenes de mujeres trabajando, vía Fournier.

Tras la muerte de Heraclio en 1916 la dirección pasó a manos de su nieto Félix Alfaro Fournier, quien mantuvo la tradición de emplear en la fábrica a mujeres. Y no solo eso: contaban con garantías como vacaciones pagadas para las enfermas o compensaciones para las que decidían dejar el trabajo para criar a sus hijos. Nada mal para una época en que las movilizaciones sociales de los trabajadores para conquistar derechos estaban a la orden del día.

Lo cierto es que la fábrica de Fournier tuvo históricamente una escasa conflictividad social, pero no todo son luces en esta historia. Obviamente, el feminismo tenía aún muchas montañas que escalar en aquella época y no se puede hablar de que las mujeres tuvieran una situación igualitaria respecto a los hombres: cobraban menos, tenían menos posibilidades de conseguir ascensos y, a pesar de la relevancia de su trabajo, la mayoría de ellas se encuadraban en una categoría llamada “oficios complementarios femeninos”.

Con todo, las naiperas de Fournier fueron todo un símbolo de modernidad, desarrollaron labores tradicionalmente reservadas a hombres y gozaron de algunas garantías laborales. Vale, no era perfecto, pero no se puede negar que fue un paso en el largo camino hacia la igualdad que todavía estamos recorriendo.

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