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Facebook, Twitter no definen lo que es verdad: Stephen L. Carter

(Bloomberg) -- Ni los demócratas ni los republicanos lograron entender el miércoles el punto central, cuando los miembros del Comité de Comercio del Senado tuvieron su última oportunidad antes de las elecciones de cuestionar a los directores ejecutivos de Facebook, Twitter y Google. Con el Partido Republicano a la caza del sesgo partidista y los demócratas instando a mayores esfuerzos para reducir la información errónea, ambas partes ignoraron algunos principios fundamentales de la democracia.

El propósito aparente de la audiencia era reanudar la discusión sobre si enmendar el Artículo 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones. Pero, a decir verdad, los republicanos llamaron a los directores ejecutivos de las empresas tecnológicas para presionarlos sobre su manejo de una controvertida historia del New York Post que alega irregularidades por parte de Hunter Biden, hijo del nominado presidencial demócrata Joe Biden. Los senadores demócratas respondieron que el Partido Republicano estaba tratando de “intimidar” a los ejecutivos.

¡Por Dios!

Comencemos con el recordatorio de que las compañías de redes sociales son empresas privadas y que incluso en el período previo a una elección —o se podría decir que especialmente en el período previo a una elección— están protegidas por la Primera Enmienda para seleccionar el contenido en sus sitios como quieran. Sí, absolutamente, a veces uno desearía que actuaran de manera más imparcial y con principios, pero ¿mencioné que son empresas privadas?

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Es cierto que la información errónea está desenfrenada en internet. Uno recuerda lo que Isaac Asimov llamó la ley de Gennerat: “lo falsamente dramático expulsa a lo verdaderamente aburrido”. Hay muchas cosas falsamente dramáticas circulando por ahí, y las personas tienden a gravitar hacia los bits que hacen que el otro lado se vea peor.

Sin embargo, los gigantes tecnológicos, al emitir un juicio sobre qué es demasiado poco confiable para ser visto, están tomando medidas tentativas en un camino que rara vez conduce a algo bueno. Incluso la restricción privada, aunque no coincide con ninguna de las definiciones clásicas de censura, revela una especie de arrogancia, lo que John Stuart Mill ridiculizó como una creencia en la propia infalibilidad. Peor aún, lo que tiende a motivar la eliminación de mala información es el temor al peligro que representa lo que se omite o suprime, una preocupación sobre lo que podría suceder si las personas equivocadas terminan viéndolo.

El problema profundo aquí no es que las compañías a menudo actúen como si llevaran anteojeras partidistas. El problema es que, incluso si el trabajo se realizara con perfecta neutralidad política, la determinación de evitar el uso de una plataforma para difundir la “información errónea” aún mostraría la misma actitud básica. Cuando una plataforma ve un elemento que considera sospechoso y su personal o revisores dicen: “No, no puedo dejar que la gente vea esto”, el mensaje tácito es: “Aquí en Twinstabook somos lo suficientemente inteligentes como para entender lo que realmente está sucediendo. Las personas que confían en nuestra plataforma no lo son”.

En temas como el cambio climático y el covid-19, las compañías de redes sociales a menudo consideran que hay argumentaciones demasiado peligrosas como para que sus usuarios las vean. Estoy de acuerdo en que el cambio climático representa una amenaza peligrosa y que los malos consejos sobre el nuevo coronavirus podrían conducir a una propagación más mortal. Pero hay una brecha enorme entre mantener una posición, incluso apasionadamente, y creer que los demás no deben ser tratados como seres dotados con una inteligencia suficiente para tomar sus propias decisiones.

Sí, la plaza pública está inundada de información errónea. Siempre ha sido así. Soy de la generación entrenada para creer que la cura para la mala información es la buena información. Si las personas a veces son persuadidas por lo falso, eso es un riesgo propio de la práctica adecuada de la democracia.

Hoy en día, cuando decimos “democracia” casi siempre pensamos en votar. Pero me aferro a una visión clásica en la que votar es solo una parte de lo que hace valiosa la democracia. Es más importante reconocer nuestra participación conjunta, entre iguales, en una empresa común de autogobierno; una empresa en la que respetamos, entre otras cosas, la capacidad de nuestros conciudadanos para decidir por sí mismos qué argumento aceptar. Cuando se suprime un punto de vista porque aquellos que tienen el poder de dar forma al diálogo lo consideran incorrecto, incluso peligrosamente incorrecto, estamos involucrados en lo opuesto a la democracia.

La censura priva a las personas del derecho ético de decidir por sí mismas en qué creer. El hecho de que una empresa privada tenga la libertad incuestionable de violar ese derecho ético no significa que deba hacerlo.

Nada de esto significa que me opongo a los esfuerzos de las empresas de redes sociales para moderar el contenido. Dada la influencia de sus plataformas, creo que es sabio y bueno editar ataques personales, acoso y hechos similares. Pero la misma razón, la importancia de las plataformas, me obliga a concluir que las empresas se equivocan al restringir los puntos de vista que consideran incorrectos.

Mi alma libertaria teme a cualquier esfuerzo por parte del Gobierno para imponer a las empresas privadas un conjunto diferente de reglas. Y lloraré por la verdadera democracia si los gigantes de las redes sociales continúan mostrando tanta fe en la capacidad de sus propios empleados y socios para tomar decisiones sobre lo que es verdad y lo que no, y tan poca fe en la capacidad del resto de nosotros para tomar nuestras propias decisiones.

Nota Original:Facebook, Twitter Don’t Define the Truth: Stephen L. Carter

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