Yahoo Finanzas El salvavidas al que se agarra la hostelería en invierno, caro y contaminante
España es el país con más bares y restaurantes por persona del mundo: uno por cada 175 personas, sumando un total de 277.539 establecimientos gastronómicos, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). La restauración da trabajo a 1,7 millones de personas y supone un 4,7% del Producto Interior Bruto (PIB). La cultura del ‘terraceo’ está muy arraigada en España y en todos los países mediterráneos en general.
Gracias a las estufas de exterior, los hosteleros han podido mantener sus terrazas abiertas incluso en los meses más fríos. Sin embargo, tras conocerse su impacto medioambiental, algunos establecimientos se plantearon prescindir de ellas. La ciudad francesa de Rennes anunció en enero que prohibiría los braseros en las terrazas, una medida no exenta de polémica. Aunque el veto a las estufas permita ahorrar en electricidad, contaminar menos o incluso combatir el tabaquismo indirectamente, los hosteleros denunciaban las grandes pérdidas que iba a suponer esta medida para el sector.
Claro está que ha llovido mucho desde entonces. Nos encontramos en medio de una pandemia que ha obligado a cambiar nuestros hábitos, a veces, en detrimento del medio ambiente. Tras meses sin ingresos por el parón de la actividad no esencial y las restricciones de aforo, los empresarios de la hostelería buscan maneras de hacer frente a esta difícil temporada. Aunque el termómetro baja cada vez más, las terrazas siguen siendo esenciales para la supervivencia de los locales.
La mayoría de los establecimientos sí tienen preparadas sus terrazas para los meses de calor, pero no todos están preparados para acoger clientes en invierno debido al elevado coste de las estufas y el consumo energético que generan. Las socorridas mantas ya no son una opción en la nueva normalidad, ya que no resultan seguras para los clientes. A pesar de su alto precio y de no saber a ciencia cierta cuánto tardarán en amortizar esta inversión, los hosteleros no pueden permitirse perder clientes si quieren mantener sus negocios a flote.
Las estufas de exterior se han convertido en un reclamo en la nueva normalidad: desde principios de septiembre se ha producido un incremento en la venta de estos aparatos de un 70% sobre el mismo periodo del año pasado. Las estufas más vendidas son las de gas, con un precio medio de 250 euros por unidad. La empresa Sillas Mesas ha afirmado que llevan fuera de stock desde octubre, pero que los clientes siguen demandándolas. Ha ocurrido lo mismo que en el caso de las mascarillas, por ejemplo: el mercado se colapsó al principio de la pandemia y muchos ciudadanos no pudieron acceder a ellas hasta meses después.
Por otra parte, la instalación de estufas de exterior cuenta con el respaldo de los ayuntamientos, como parte de su plan de apoyo al sector hostelero en esta difícil campaña de invierno. Zaragoza, por ejemplo, ha facilitado la instalación de mobiliario y estufas en terrazas y veladores de la ciudad. En Madrid, los trámites para su instalación se han simplificado. Alberto Núñez Feijóo avanzó hace dos semanas que la Xunta de Galicia destinaría unos tres millones de euros a ayudas para que los establecimientos hosteleros adecuasen sus terrazas y los elementos destinados al reparto de comida a domicilio.
La pandemia ha relajado nuestro compromiso con el medio ambiente
La parte mala de esto es, como ya se mencionaba al principio del artículo, el factor contaminación. Lo ideal sería no tener que utilizar ningún tipo de calefacción exterior, puesto que supone un gran desperdicio de energía y recursos. A todos nos resultaría absurdo poner el aire acondicionado en un espacio abierto en verano y lo mismo pasa con las estufas. Sin embargo, muchos restaurantes no pueden salir adelante solo con la sala interior, teniendo en cuenta que el aforo ahora es mucho más reducido y que las mesas tienen que estar separadas entre sí.
Está claro que la pandemia está relajando nuestro compromiso con el medio ambiente. Si nos damos cuenta, algo parecido ha ocurrido con otros objetos habituales en los restaurantes: las servilletas de tela o las toallas de los baños suponen ahora un peligro. En la nueva normalidad, todo lo que sea de un solo uso le lleva ventaja a lo renovable. Por otro lado, también se ha producido un aumento de la venta de coches de segunda mano. Gran parte de la población prefiere desplazarse en coche a exponerse al virus en el transporte público, aunque esto suponga contaminar más.
Es cierto que ser más ecológicos puede no estar dentro de nuestras prioridades ahora mismo. Aun así, debemos acordarnos de que la pandemia pasará tarde o temprano, pero el calentamiento global seguirá ahí. En estos tiempos difíciles, es complicado ser respetuosos con el medio ambiente, pero podemos realizar pequeños gestos. Evitar tirar las mascarillas o guantes al suelo y reciclar los botes de gel hidroalcohólico una vez acabados podrían ser algunos ejemplos de acciones simples pero efectivas para seguir cuidando de nuestro planeta.
Laotracaradelamoneda
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