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La cuestión no es si el PIB de EEUU entrará en recesión, sino cuándo… y podría ser ya este año

La cuestión no es si el PIB de EEUU entrará en recesión, sino cuándo … y podría ser ya este año
La cuestión no es si el PIB de EEUU entrará en recesión, sino cuándo … y podría ser ya este año


El PIB estadounidense tropezará y caerá en una leve recesión a finales de 2022 por efecto de la agresiva política monetaria de la Fed, de rápidas y fulgurantes subidas de tipos de interés, como la reciente de junio, de tres cuartos de punto, la de mayor envergadura desde 1994, que deja el umbral en una horquilla entre el 1,5% y el 1,75% y que podría dañar la actividad de seguir con la estela Fast & Furious emprendida por el Comité de Mercados Abiertos bajo la presidencia de Jerome Powell. Esta valoración tan contundente parte de Nomura que considera las condiciones financieras restrictivas como la causa esencial del deterioro del sentimiento inversor y del nuevo colapso de la demanda energética global, con el dólar en ascenso respecto al euro y el yen y con la que se denominan la mayor parte de los contratos de gas y de petróleo del planeta.

“La paralización del dinamismo económico se está acentuando ante el compromiso de la Fed de restaurar la estabilidad de los precios”, con movimientos contundentes de subidas de tipos que “precipitará a la economía a una leve recesión al comienzo del último trimestre de 2022”. Es una opción “más factible que nunca a lo largo de este ejercicio”, pronostican Aichi Amemiya y Robert Dent en una nota conjunta a inversores. En su opinión, sin embargo, los excedentes de ahorro y la todavía predisposición al gasto de los consumidores podría mitigar la velocidad de la recesión, si el recorrido del dinero no se realiza de forma demasiado agresivo.  

En consecuencia, la sociedad de inversión nipona reduce las predicciones sobre EEUU y sitúa el crecimiento en un leve 1,8% frente al 2,5% de su cálculo anterior, y del 1% -tres décimas menos- para 2023. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, incide en calificar de “inaceptablemente alta” la tasa inflacionista estos días y en admitir la “ralentización de la economía”. Mientras dirigentes de alguna Fed estatal, como Loretta mester, presidenta de la de Cleveland, reconocía “el riesgo latente y creciente de recesión del PIB americano” durante los varios años que llevará la batalla para relegar por debajo del 2% a la inflación.

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Para Nomura, “la inflación mensual permanecerá en cotas históricamente elevadas en 2022” lo que conservará la estrategia prioritaria de la Fed de poner a raya el IPC “antes que estimular la economía”. Teoría de recesiones cortas con recuperaciones lentas con la que parecen comulgar economistas como Susan Sterne, presidenta y economista jefe en Economic Analysis Associates, para quien el comportamiento de los consumidores en los dos anteriores recesos de la actividad “no tendrá traslación en esta ocasión”. A su juicio, la economía podría marcar varios trimestres negativos, pero “el consumo no desaparecerá por la inflación, sino que se tomará un respiro”. Al igual que el empleo, cuya tasa mostrará estabilidad incluso durante esos recesos. En Deutsche Bank, su economista Brett Ryan redunda en la tesis: La recesión no será seria, ni una contracción masiva porque el consumo se mantendrá alerta pero activo a la evolución de la inflación, alerta.

Nomura espera la prolongación de las subidas de tipos en 2023, que culminará con el precio del dinero entre el 3,5% y el 3,75% como tope en febrero. Frente a su anterior predicción de que se elevase hasta el 3,75% o el 4% en marzo. Dentro de un incipiente y todavía nada consolidado consenso del mercado que apunta a que la inflación podría tocar techo en septiembre, cuando marcará un alza del 8,8%, igual que en agosto, para caer al 8% en octubre e iniciar su aterrizaje que será más suave de lo deseable.

En EIU también se decantan por el ingreso del PIB de EEUU en números rojos ante las rampantes señales de preocupación surgidas desde el inicio del ejercicio, con “el retroceso económico” del 1,5% entre enero y marzo -en términos anualizados- que tuvo casi en su ecuador el estallido de la guerra en Ucrania y que vio cómo se alteraba su travesía de vigor fulgurante tras la epidemia de Covid-19 con una fulminante inversión empresarial, en sectores como el inmobiliario y con un boyante gasto del consumo, lo que llevó a su actividad a registrar un alza del 5,7% en 2021. A lo que se unió -explican- la parálisis de las cadenas de valor y de los cauces logísticos sobre el comercio internacional de los férreos confinamientos en grandes capitales chinas por la política de Covid cero de Pekín.

Los expertos de la unidad de inteligencia de The Economist creen que el endurecimiento de las condiciones financieras por parte de la Fed “estancará” la economía entre 2022 y 2023, años en los que “persistirán las presiones inflacionistas”. Inicialmente, eludiendo la recesión, gracias a la fortaleza de la demanda del consumo y del mercado laboral, así como al adelanto de compras de viviendas residenciales ante el encarecimiento de las hipotecas.    
Aun así, detectan tres escenarios de peligro inminente que podrían dar al traste con el contenido ritmo de crecimiento y, por tanto, precipitar a la primera economía global hacia la recesión. Uno de ellos es otra escalada inflacionista que cause contracción en el sector inmobiliario durante la segunda mitad de este ejercicio. Motivado por un excesivo repunte de tipos, por otro derrumbe geopolítico derivado del conflicto bélico en Ucrania, nuevos cuellos de botella comerciales o por otro significativo repunte de los precios de la energía y materias primas metálicas y alimenticias.

Cualquiera de estas circunstancias incrementaría el IPC por su traslación a los costes productivos y de transporte, así como a los mayores gastos salariales de las empresas. A falta de comprobar la resiliencia real de los consumidores para enfrentarse a una segunda oleada inflacionista. Por el momento, en mayo, las ventas minoristas nominales crecieron un 8,1% aunque resultaría muy raro que mantuvieran su ritmo con una inflación por encima de su tasa, como la del 8,6% que se registró ese mismo mes. Y el consumo privado contabiliza el 70% del PIB americano, recuerdan.


  
Un segundo foco de preocupación es el de una contundente política monetaria que podría crear un lastre demasiado pesado al consumo en otoño. Porque esperan que salte hasta el 3,25-3,5% en marzo de 2023. Con otras subidas agresivas en julio y septiembre de medio punto cada una. Aunque aseguran confiar en que el consumo y la inversión -los dos componentes de la demanda interna- así como el gasto en turismo durante los meses de verano puedan encauzar y canalizar la economía en posiciones positivas el resto del año. En especial si a los movimientos estivales le sucede el dato de que la inflación ha alcanzado su cima. A no ser que del verano salgan unos tipos de interés por encima de sus predicciones que retraigan la actividad inmobiliaria y el gasto del consumo.


   
El tercer factor amenazante lo representa un posible colapso del precio de los activos. Un crash en las bolsas es especialmente sensible a una concatenación de acontecimientos como los que se suceden sin remedio sobre el ciclo de negocios post-Covid desde el pasado otoño. En un clima bear, de retroceso de las revalorizaciones, de nada menos que un 40% desde julio en los índices de Wall Street. De las riendas de la Fed dependerá que no se produzca un desplome de activos bursátiles. Y entre abril y mayo se presenciaron las mayores pérdidas desde 2001. El 20 de mayo, el S&P 500 rebasaba la barrera de caída del 20% que determina un mercado bull de otro bear desde el inicio del ejercicio, mientras el Nasdaq rozaba el 30%, arrastrado especialmente a los valores tecnológicos. Y, según el indicador predictivo del economista de Yale y catedrático de su universidad, Robert Shiller, “los precios de las acciones en los mercados americanos están, en su mayoría, muy sobrevalorados”. En niveles desconocidos desde la crisis de las puntocom del comienzo del siglo.   


  
“Un colapso del valor de los activos podría exacerbar el gasto del consumo y retrasar sine die el instante de la toma de decisión de la compra de viviendas, elevar las carteras patrimoniales o la colocación de ahorros en otro tipo de inversiones, dentro de una tendencia continuada de larga y paulatina disminución de los desembolsos de los hogares”; cada vez con menor capacidad de compra y menor poder adquisitivo por el encarecimiento del dinero y, por ende, del coste de la vida.