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El costo de la obesidad

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Actualmente, la obesidad se ha convertido en un problema complejo de resolver, ya que, como señala la International Classification of Disease (ICD), es una enfermedad crónica.

Además, es un factor de riesgo para múltiples enfermedades crónicas no transmisibles. Mata a alrededor de 41 millones de personas al año a nivel mundial.

La obesidad, un costo a largo plazo

Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en 2019, el impacto económico de la obesidad y el sobrepeso en México representó un gasto aproximado de 26,000 millones de dólares. Esto equivale a 5.3% del PIB; mientras que en 2020, en plena crisis económica y sanitaria, incrementó a 6.2%.

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Estos cálculos consideran costos de tratamiento, consultas, traslados a citas médicas, pagos a cuidadores, pérdida de productividad, reducción de capital humano por enfermedad, muerte prematura, entre otros.

La World Obesity Federation (WOF), calcula que para 2030, a nivel mundial, más de 1,000 millones de personas vivirán con obesidad. Es decir, una de cada cinco mujeres y uno de cada siete hombres.

A raíz de esta estimación, es apropiado que evitemos pensar en la obesidad como una situación a la que cada persona se expone de manera voluntaria. La obesidad es una enfermedad y no solo es individual: también es social.

Existe cierta relación entre la obesidad y el desarrollo de un país. Simón Barquera, presidente electo de la WOF, menciona en su libro «Hasta que los kilos nos separen», que a mayor urbanización y crecimiento económico, menor necesidad de trabajos físicos intensos, mayor disponibilidad de productos procesados y con ello, un aumento en el número de complicaciones de la salud para dicho país. Esta situación ha ocasionado que la esperanza de vida aumente, pero que la calidad de la misma disminuya.

Ante la obesidad, no todo está perdido

Asimismo, la OCDE estimó el impacto potencial de 11 intervenciones en políticas públicas para identificar cuáles ayudarían en mayor proporción a mejorar la calidad de vida y disminuirían los gastos en salud.

Las que generarían mayor impacto en México, son: la reformulación de alimentos para reducir su contenido calórico, la implementación de campañas de comunicación masivas y la disminución del sedentarismo en el trabajo.

Mientras instituciones como el Instituto Nacional de Salud Pública y El Poder del Consumidor continúan con el impulso de políticas públicas, nosotros como individuos podemos disminuir o evitar el consumo de bebidas azucaradas y otros alimentos procesados; incrementar el consumo de agua simple y de alimentos locales como frutas y verduras de temporada; tener descansos activos entre cada hora que se pasa sentado y hacer ejercicio durante al menos 30 minutos diarios.

En entornos como escuelas, oficinas y fábricas, que cuentan con largas jornadas sedentarias y con poco control sobre sus opciones de alimentos, se sugiere realizar valoraciones periódicas a los estudiantes o trabajadores y promover la actividad física a través de incentivos. También ofrecer alimentos saludables a precios competitivos pues estas estrategias deben verse como una inversión costo- beneficio.

Estamos ante un problema social, no uno individual

Considerar que la obesidad es causada exclusivamente por la persona que la padece, es ser indiferente ante un problema social. ¿Cómo es que, a nivel mundial, una enfermedad individual prevenible ha provocado tantas pérdidas de vidas, capital humano y económico?

Cada vez existe más evidencia que demuestra la complejidad de la obesidad, desde los genes y las células hasta las comunidades.

Es indispensable, por un lado, que los gobiernos se involucren más a través de políticas públicas que estimulen estilos de vida saludables y por otro lado, un tratamiento multidisciplinario especializado para mejorar la calidad de vida de las personas que viven con obesidad.

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