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Así se enfrenta Suecia a la obsolescencia programada

No podemos consumir como si los recursos naturales fueran infinitos, pero lo hacemos. Por eso el Gobierno sueco ultima una ley para reducir los impuestos en las reparaciones de todo tipo de productos para combatir la obsolescencia programada. Entre ellos bicicletas, electrodomésticos, ropa y calzado, que pasarían de computar un 25% de IVA al 12%. La medida, que ya ha llegado al Parlamento sueco, incluye también la posibilidad de recuperar en la declaración de IRPF parte de la mano de obra pagada en las reparaciones de algunos productos tales como los electrodomésticos.

Además de impulsar al sector de reparaciones y ayudar a parar el consumismo exacerbado de las últimas décadas, esta medida ayudará a reducir el impacto medioambiental de la fabricación de bienes, contaminar menos y rebajar el crecimiento imparable de los vertidos de basura industrial. El reto sueco se entiende mejor si tenemos en cuenta que lo protagoniza un biólogo, Per Bolund, actualmente adjunto al Ministro de Hacienda sueco.

La ‘obsolescencia programada’ no es otra cosa que programar el ciclo de vida de productos para que duren un tiempo determinado y su reparación sea tan difícil o cara que pierde sentido. Esta ‘caducidad’ temprana es parte ya de nuestro actual sistema económico. El culmen ha venido con el boom de la electrónica y en particular de la telefonía móvil: los terminales tienen de vida 20 meses y, al cabo de ese tiempo, los tiramos y compramos otro.

<em>Getty Images</em>
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En los 1970 un grupo de investigadores lanzó la primera alerta sobre lo que podría ser un pacto entre los fabricantes para que todo tipo de artículos tuvieran una vida útil acotada. La lógica era que esto estimularía el consumo y la actividad económica y las fábricas mantendrían una cadencia de trabajo constante.

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La sustitución de aparatos sin miramientos deriva en un abuso indiscriminado de las materias primas con las que se elaboran esos productos. Materias primas que son vitales para nuestro día a día, que no se regeneran el ritmo que las consumimos y que ni se reciclan ni se eliminan fácilmente.

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De acuerdo con los datos de la fundación para la innovación sostenible FENISS, el volumen de basura electrónica alcanzará la escalofriante cifra de 65,4 millones de toneladas anuales a escala mundial este año. Además, elementos como el plástico, el polietileno, el vidrio, etc. vertidos a la naturaleza tardan en degradarse alrededor de unos 1.000 años y algunos como el plomo o el mercurio provocan además graves problemas para la salud. En FENISS estiman que más del 80% de los residuos electrónicos que nadie quiere llegan a países del mal llamado Tercer Mundo, donde acaban abandonados.

Seguramente los incentivos de Suecia a la reparación de cualquier artículo frente a su sustitución por uno nuevo no van a tener un impacto demasiado negativo en las finanzas del país, ya que con ello el Estado dejará de ingresar apenas unos 48 millones de euros. Pero se espera que este gesto contribuya a crear hábitos de consumo más racionales entre los ciudadanos, mentalizarnos de que los recursos naturales son limitados y colaborar en una causa razonable.

El otro logro sueco es el de la imagen. Desde que se hablara por primera vez de esta posibilidad hace unos meses, Suecia ha ascendido varios escalones en el ránking de compromiso con el medio ambiente. Ahora habrá que ver a quién se beneficia de la medida y cómo reaccionan los consumidores.

La otra cara de la moneda

Maribel Rodrigo

IDNet Noticias