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La otra cara del teletrabajo: gente que muere sola en casa y nadie se da cuenta

Before she heads out to work, Ms, Leila E. Martinez, a Puerto Rican math teacher at Iroquois High School, asks her son, Jose Rodriguez Martinez, to get ready to start his online classes, in Louisville, Kentucky, U.S. January 21, 2022, after students have gone remote a the second week as cases of the Omicron coronavirus variant continue to surge and the untenable staffing numbers in schools. REUTERS/Amira Karaoud
Pareja preparándose para teletrabajar. REUTERS/Amira Karaoud (Amira Karaoud / reuters)

Trabajar desde casa, aparentemente, ofrece todo tipo de ventajas: organizas tu horario a tu voluntad y puedes trabajar hasta en pijama, contando con todas las comodidades del hogar a tiro de piedra. Sin embargo, esta nueva forma de desempeñar la jornada laboral puede tener un lado muy oscuro, si quien la lleva a cabo vive solo.

El teletrabajo se ha ido imponiendo como una solución ideal que ahorra los gastos y tiempo invertido en desplazarse a la oficina (incalculable en las grandes ciudades), y que permite, asimismo, una conciliación ideal. Sin embargo, el no salir de casa y la posibilidad de pedir comida a domicilio, pueden tender hacia cierto aislamiento del trabajador.

Dominic Green era un ciudadano anónimo más hasta hace unos días. Este brillante joven acababa de estrenar la emancipación dejando atrás a su familia en Florida y pagando la renta de su primer apartamento en la otra punta del país, Los Ángeles. Habiendo comenzado a trabajar como ejecutivo en plena pandemia, su jornada comenzaba y concluía en el salón de su casa.

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Green nunca había pisado una oficina y como millones de teletrabajadores en todo el mundo, “fichaba” a diario enviando un email de llegada —a las 8 de la mañana— y otro de despedida al concluir su jornada. El supervisor controlaba remotamente la actividad de Green y todo parecía ir de maravilla.

Nuestro protagonista se estaba permitiendo la independencia en un buen apartamento en la mega urbe californiana y todos los caprichos que le llenaban: una Xbox, una colección de Converse y un buen coche con el que hacer sus escapadas de fin de semana.

Y de pronto, el silencio

El jueves por la mañana, algo sucedió en la rutina metódica de Green: a las 8 h no llegó al supervisor su correo de acceso al sistema, ni tampoco el de salida; el viernes lo mismo… De pronto, el trabajador ejemplar desapareció del radar. En la otra punta del país, sus padres se extrañaron también de no tener noticias de su hijo el fin de semana.

Llegó el lunes y nadie sabía nada de Dominic. Con la vida monacal a la que se ven sometidos los trabajadores que viven solos, sin amigos en una ciudad ajena y sin más conexión con el mundo real que la remota que ofrece internet, las alarmas tardaron en dispararse.

La preocupación del padre fue en aumento y comenzó a indagar en los elementos comunes que compartía con su hijo: cuenta corriente y línea móvil en un plan familiar. Sin actividad, la primera desde el miércoles y el móvil apagado desde ese día también. Comenzó la angustiosa carrera de un padre desesperado por completar este puzzle.

Dominic Green, el teletrabajador fallecido solo en su casa. / LATIMES
Dominic Green, el teletrabajador fallecido solo en su casa. / LATIMES (LATIMES)

Una ‘telemuerte’ en solitario

Joseph Green, el progenitor, comenzó a llamar a los números que aparecían registrados el operador; fueron varios intentos infructuosos hasta que finalmente dio con el supervisor de su hijo. Este le confirmó que tampoco tuvo noticias de él desde ese día. Y este solo era el comienzo del drama: ¿Quién podría ir a comprobar si todo iba bien en su apartamento?

Dominic no tenía amigos ni pareja en la ciudad, pero por fortuna, los Green conocían a un amigo que vivía no lejos del domicilio de su hijo. Este contacto se desplazó de forma inmediata y trepó por el balcón para acceder a la vivienda y en el dormitorio, sobre la cama, se encontraba el cadáver de Dominic en un avanzado estado de descomposición.

La muerte de un teletrabajador en el más profundo anonimato y soledad. No hay cifras, pero cabe sospechar que no se trata de un caso aislado. Internet, la posibilidad de trabajar desde casa y pedir comida a domicilio son, sin duda, grandes avances, pero un arma de doble filo: se limitan o eliminan las comunicaciones sociales en persona.

Joseph Green pidió al supervisor de su hijo que enviara un escrito para que fuera leído en su funeral, y ¿sabes qué fue lo máximo que pudieron decir de él? “Era un trabajador muy serio, que siempre se conectaba de forma puntal por las mañanas”…

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