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¿Nos escaqueamos del trabajo o nos dejamos la piel?

Con jornadas laborales maratonianas en la inmensa mayoría de las empresas privadas, la mitad de los españoles ponen como excusa una cita con el médico para ‘escaparse’ un poco antes (aunque hayan cumplido sobradamente su jornada) y ver el sol de vez en cuando, dice una encuesta reciente. Además, apunta que tres de cada cuatro (78,3%) reconoce que sería más feliz si tuvieran la jornada intensiva en su trabajo.

La jornada laboral partida es una herencia de la postguerra, cuando el cabeza de familia (en masculino) tenía un trabajo de mañana y otro de tarde, aunque entre los dos raramente sumaban tantos horas como la jornada habitual de muchos trabajadores hoy.

Las mujeres son las que peor lo tienen para conciliar y unos y otras defienden la implantación de la jornada intensiva, con un problema: cambiar la mentalidad del jefe, que casi siempre es el último en dejar la oficina. De hecho, la encuesta asegura que lo que marca el fin de la jornada labora depende muchas veces de las ganas que tenga el jefe de irse a casa.

[También de interés: Lo que separa a nuestro mercado de trabajo del de Alemania o Reino Unido]

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Precisamente fue el presidente en funciones Mariano Rajoy quien abrió hace unos días la caja de los truenos, al proponer las seis de la tarde como hora límite para terminar la jornada laboral. En caso de repetir presidencia, claro. El tema ya se había hablado en el Congresos en 2013, sin llegar a ninguna medida de consenso. Y aunque tanto políticos como empresarios y asociaciones defienden en público que se apliquen medidas de conciliación y se ponga coto a estas jornadas tan largas, en la realidad son poquísimas las empresas que mueven ficha con decisión.

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Por desgracia, en España es bastante habitual encontrarse con jefes que echan un vistazo a su área para ver quién sigue pegado a la silla cuando él se marcha y le aplaude su apego al trabajo. No son tópicos. Todos conocemos alguna historia de jefes que dejan el ordenador encendido o la chaqueta en el respaldo, bien a la vista, para que nadie se mueva antes de la hora (ni después) porque quizá vuelva y se interese por saber donde está fulano y “por qué hoy se ha ido tan pronto”.

Y si no, que se lo pregunten a los médicos, empeñados en que llevemos una vida sana, con ejercicio regular, cenas a una hora aceptable y un rato de descanso y conversación antes de acostarnos para reforzar los lazos familiares.

Algo muy diferente a lo que sucede en Alemania. Hace unos días un amigo emigrado a esas tierras en busca de una oportunidad para ejercer como ingeniero contaba que su jefe se había interesado por saber si tenía algún problema de adaptación o comprensión, al verle ‘rezagado’ en la salida en dos o tres ocasiones.

Aquí algunas cosas sólo funcionan cuando se imponen por ley. En el caso de los horarios laborales y teniendo en cuenta la cantidad de tinta que se ha vertido sin resultados aparentes, parece que la opción con más sentido es tomar papel y pluma y legislar de una vez por todas. No podemos esperar que esta iniciativa la lidere un Gobierno de un color o de otro porque suene mejor o le pegue más. Es un asunto de sensatez y de voluntad y, que se sepa, ninguna de ellas tiene color político.

IDNet Noticias