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La virtud de hacerse rico a base de lápices y sacapuntas

Un año después de poner en marcha su pequeño imperio, la joven estadounidense Caroline Weaver aún no da crédito al éxito de su negocio de lápices. Un negocio donde parecía que todo estaba contado porque el origen del grafito y su uso como material de escritura se remonta a mediados del siglo XVI. Pero Caroline ha sabido darle el barniz correcto para entusiasmar tanto a los forofos del material de escritura como a los que persiguen un sueño.

Porque en el fondo lo que ofrece esta joven emprendedora es ayuda para que la gente dé forma a sus sueños. En su pequeña tienda del East Side neoyorquino, cuenta Bloomberg, Caroline Weaver tiene alrededor de 200 variedades de lápices, gomas de borrar y sacapuntas que recuerdan a algunos de los elementos icónicos utilizados por grandes figuras de la escritura. Algo se pegará, deben pensar los compradores.

Lo singular de esta emprendedora de 25 años es que ha sabido encontrar en su pasión por los lapiceros una forma de vida. Entre los productos estrella de su tienda hay uno que recuerda el famoso lápiz Blackwing 24, que supuestamente usaba a diario el Premio Pulitzer John Steinbeck y que su hijo Tom rentabilizó convenientemente creando un lápiz icónico que se vende en Internet a 22 euros la caja de 12 (más gastos de envío). O los míticos Ticonderoga, número uno mundial de este singular mercado durante muchos años.

[También de interés: ‘Cómo me convertí millonario a los 24, en 10 pasos’]

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No son imitaciones, son lápices de calidad y personalidad, asegura su promotora. A pesar de su edad, Caroline Weaver lo tiene muy claro en cuestión de material de escritura: ningún portaminas es comparable al grafito de un lápiz tradicional, con su peculiar olor a madera cada vez que se le pasa por encima el sacapuntas para afilar la inspiración. “Si le sacas punta muy a menudo es porque lo has usado y ese trabajo trae resultados”, es la consigna de esta joven emprendedora que ha llegado a facturar de una tacada hasta 4.000 dólares en lápices a un cliente.

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Visto lo visto, ni la tienda ni los compradores son del montón. Esta joven ha sabido además sacar partido del movimiento hípster, cuyos seguidores se han convertido en auténticos defensores de este tipo de productos y materiales naturales. Y ella misma se ha convertido en escaparate de sus productos, al tatuarse un lápiz en el antebrazo, obra de su artística madre.

El gasto medio por cliente que visita la tienda ronda los 50 euros y el negocio es rentable con apenas un año de vida, aunque ella no quiere entrar en detalles sobre el tamaño de sus beneficios y la rentabilidad de su ‘hobby’ con la excusa de que el mundo de las finanzas no le atrae demasiado.

Caroline es joven, emprendedora, entusiasta y una verdadera experta en lápices, una afición que le ha llevado a organizar sus vacaciones para dar con un lápiz especial del que había oído hablar, pero que a la mayoría de los mortales nos pasaría desapercibido. Ha conseguido vivir de su afición y eso es un logro. Ahora habrá que ver durante cuánto tiempo podrá mantener su particular imperio porque la materia prima es ajena y, en los tiempos que corren, las ideas originales pronto dejan de serlo.

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